Día 53

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—Malfoy.

Recibió como respuesta un vago sonido, que le hizo saber que lo escuchaba, a pesar de que su cabeza seguía moviéndose al ritmo de la música y tarareaba por lo bajo la letra, siguiendo a Freddie. Cuando Harry rodó sobre su estómago, para quedar boca abajo, Draco se quejó de que tiró de los audífonos que compartían y tuvo que disculparse, al mismo tiempo que se los cambiaba de oreja.

El Slytherin soltó un teatral suspiro y bajó el libro que tenía entre las manos. Ese día, estaba horrorizado con la manera en que se retrataba la traducción en inglés de Le Petit Prince (libro que, aparentemente, los Malfoy leían en la versión original en francés) y cómo los muggles le añadían ilustraciones que no se movían, cuando Antoine de Saint-Exupéry (también un mago, decía Draco) había acordado que se podrían dibujos mágicos de tiza pastel. Él no recordaba cómo terminaron hablando del libro, sólo que le pidió a Hermione la copia que tenía en casa, para que sus padres la enviasen por lechuza, y le divertía la indignación de Draco frente a la edición que le presentaba.

—¿Hm? —Repitió, deslizando el auricular que le correspondía un poco más lejos de él, pero sin quitárselo por completo de la oreja—. No me digas que te volviste a comer mis chocolates, Potter.

Él rodó los ojos y se estiró hasta el tazón que tenía a unos centímetros, para mostrarle que sus preciadas barras seguían intactas. Draco lució complacido al respecto.

—Bien, ¿entonces? —Flexionó los brazos por encima del encuadernado. Ojos grises lo veían con atención— ¿qué pasa ahora?

Terminaron su respectivo castigo alrededor de una hora y media atrás. Harry sacó el libro, se tendieron en la manta, pusieron la música del discman que Seamus les prestaba más gustoso que nunca.

El aula estaba llena de ellos; en las cobijas y almohadas, en el televisor que funcionaba sólo con magia, en libros dispersos, una cortina puesta por un elfo, el orden de los muebles desvencijados y medio destrozados. Hablar de un tema los llevó a otro, ese a otro más, Draco le corrigió un ensayo de Pociones que llevaba en el bolso, de un modo más severo y menos burlón del que esperaba, e incluso le recomendó un libro del que nunca oyó hablar ni a Hermione, pero que aseguraba que encontraría en la biblioteca, porque era a donde su padrino lo escondía de estudiantes irresponsables y tontos, en sus propias palabras.

Como no tenía nada urgente que hacer, simplemente no encontró motivo para irse.

Estaba cómodo, tranquilo. Le gustaba ese pequeño refugio al que ni siquiera Umbridge podía llegar.

No quería perderlo tan pronto, por muy ridículo que pudiese parecer.

—La otra semana deben quitarnos el castigo —Sus palabras capturaron por completo la atención del Slytherin; lo notó en la manera en que se sentaba y dejaba el audífono de lado al fin—. Digo, nos hemos comportado bien, venimos todos los días. Dumbledore dijo que no creía que pasáramos de los dos meses si lo hacíamos, y ya demostramos que podemos estar cerca sin pelearnos, cuando cargué tus libros todo el día —Rodó los ojos al recordárselo y escuchar que soltaba un bufido de risa.

—Así que...

—Así que...—Lo imitó, de forma inconsciente. Draco arrugaba el entrecejo.

—Esta semana podría ser la última —Harry asintió, tragando en seco—. Será extraño, ya sabes...

—Sí, no venir —Completó por él, teniendo la absurda impresión de que nunca se entendieron mejor que en el instante en que se limitaron a mirarse. Hasta que continuó, al menos—. Uno se acostumbra a las cosas más extrañas.

—Sí. Es- —Carraspeó—. ¿Nos estamos poniendo de acuerdo en algo, sin que nos obliguen y sin fastidiarnos antes?

Harry soltó una risa estrangulada y se encogió de hombros.

—Sí, eso creo.

—Merlín —Exhaló el Slytherin—, este castigo funcionó bastante bien, ¿eh?

—No sé tú —Declaró apoyando el codo en la manta y el rostro en la palma—, pero hace tiempo que dejé de verlo como un castigo. A pesar de que sigas siendo insoportable y un cretino pretencioso.

—Pues —Cuadró los hombros—, aunque tú todavía seas un idiota sin clase, pienso que...hay peores formas de pasar mi tiempo libre. Además —Y volvía a ser el mimado quejumbroso, que hacía pucheros cuando sabía que nadie más lo vería—, me prometiste que veríamos las películas de los libros de King. Quiero ver sus películas y quejarme de que los libros son mejores, aunque tú no hayas leído ni uno.

—A mí no me molesta que estés ahogando gritos y dando brincos mientras las vemos —Ahí sí se burló. Draco refunfuñó, y volvieron a la normalidad. Casi. Harry también se sentó—. ¿Y si...?

Calló. El Slytherin apretó los labios un instante, después se inclinó más cerca.

—¿Y si, de casualidad, creyeran que no nos llevamos bien?

—O que volvimos a pelear por una estupidez —Agregó él, sin poder creer que hubiese captado una idea que no concretó por su cuenta, porque sonaba a locura.

Pero, de cierto modo, sonaba menos a locura con Draco asintiendo.

—Tendrían que alargar nuestro castigo.

—¿Pero qué hay del Quidditch? —Arrugó el entrecejo, hasta que notó que agitaba una mano en el aire, restándole importancia.

—No nos quitarán el Quidditch a mitad de la temporada, un Buscador es difícil de conseguir. Dos son imposibles —Afirmó. Harry podía jurar que sentía que le infundía su seguridad, a medida que hablaba—. Y como ya han visto que esto tiene sus resultados, creerán que lo único que nos hace falta es más tiempo juntos.

—¿Qué podríamos hacer que sea malo, pero no demasiado malo?

—Sólo lo suficientemente malo como para llamar la atención sobre nosotros otra vez.

—Y recordarles que nos odiamos.

—Porque nos odiamos —Ambos asintieron y se sonrieron.

—Tenemos una capa de invisibilidad...—Ofreció Harry, con fingido desinterés.

—Y yo soy Prefecto —Siguió Draco—, tengo acceso a las oficinas de Umbridge. También podría conseguir las llaves del almacén de indumentaria de Hooch.

—Qué útil.

—Te sorprendería lo que puedo hacer, Potty.

Los dos empezaron a recoger por un tácito acuerdo. Tenían que prepararse.

Un día a la vezWhere stories live. Discover now