8. A medias

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Ha pasado una semana desde aquel incómodo suceso y por un demonio qué no sé cómo sentirme.

   Porque por increíble que parezca, es como si nada hubiera cambiado. O al menos, no de manera relevante. Jeno sigue quedándose en mi casa y a pesar de que en varias ocasiones tuvo la intención de irse, para refugiarse quién sabe dónde, un impulso incontrolable e irracional dentro de mí lo obligó a quedarse, con la justificación de que se fuera sólo cuando estuviera cien por ciento seguro de ello.

   ¡Por Dios!, es de lo más estúpido, si tomamos en cuenta que la mayoría del tiempo ni siquiera cruzamos palabra. Mis padres al llegar del trabajo se la pasan conversando con él, como si fuera un viejo familiar al cual no veían hace años, y sólo de esa manera se compensa un poco el silencio que se vive en el día. Y admito que no me molesta, incluso me parece adorable que Jeno intente encajar con ellos a pesar de que nadie lo obliga. Más bien lo que jode la situación aquí, es que ni siquiera sea capaz de pedirle que me pase la sal sin ruborizarme primero.

   Me esfuerzo en intentar parecer natural en su presencia, pero no muchas veces lo consigo. Pensamientos incoherentes han estado pasando por mi cabeza en los últimos días, porque ahora me fijo más en él... Y en lo que hace. Es como si no pudiera controlar mi curiosidad. Me he descubierto a mí mismo en más de una ocasión deseando saber qué piensa.

   Desde la visita al mariposario, ninguno de los dos dijo nada. Jeno tenía la intención de recorrer más partes del zoológico pero me excusé diciéndole que debía volver a casa temprano porque tenía mucha tarea. Y puede que en ese momento yo mismo fuera el responsable de interponer ésta estúpida barrera entre ambos, pero, ¿Qué más podía hacer? Si acababa de pasar por el momento más caótico e inquietante de toda mi vida. Empezando por las jodidas mariposas y terminando en mis pensamientos.

   Con el pasar de los días, reflexioné sobre ello y las conclusiones a las que he llegado sencillamente no me gustan. Me aterran, para ser específicos. No quiero volver a situarme en aquel momento, ni a sentir las mismas cosas, porque por más que intente darle vueltas al asunto no puedo dejar de decirme a mí mismo que quería besar al novio de mi mejor amigo.

   Y el sólo reconocerlo en mi mente es asfixiante. Hace menos de mes y medio estaba dispuesto a dejar que Jeno durmiera en las calles y ahora sólo pienso en lo mucho que me hubiera gustado no ser un cobarde y probar los labios que tanto me estaban tentando.

   No entiendo que rumbo tienen mis reflexiones, o a donde pretenden llevarme. Pero lo que sí sé es que necesito terminar con esto. No puedo estar deseando algo que está más que expresamente prohibido para mí. Sencillamente no puedo.

   Jeno es el maldito novio de mi mejor amigo y así será por siempre. Punto.

   Suaves toques en la puerta de mi habitación me sacan oportunamente de mi ensimismamiento. Es mi madre. Ni siquiera tengo que abrir la puerta para comprobarlo. Es sábado y llevo tirado en la cama desde la mañana, supongo que vino a ver si estoy muerto.

   —Cariño, ¿estás despierto?

   Suelto un suspiro y me cubro hasta la cabeza con la cobija. No quiero formar parte de su animado círculo de juegos. Desde la mañana mis padres y Jeno se la han pasado de lo lindo en la cocina, tampoco es que sea sordo. Creo que mi padre por fin encontró a alguien con quien hablar sobre política. Yo siempre le doy la vuelta cada vez que intenta sacar el tema, porque no creo necesario discutir con él por cosas que ni siquiera controlamos, pero al parecer Jeno piensa como mi padre o tiene el valor de mantener su postura, pues parece que siempre quiere conversar de lo mismo con él.

   —Jae, ¿estás despierto? —mi madre repite, abriendo la puerta.

   Quiero hacerme el dormido y pasar todo el fin de semana agonizando en mi cama, pero si lo hago probablemente piensen que estoy enfermo y como no tengo ganas de presenciar un drama innecesario, decido enfrentar mi realidad.

Extraño |NoMinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora