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24. Extraño

Jeno

Mis primeros cinco años de vida no los recuerdo. Entiendo que algunos fragmentos de la niñez pueden llegar a ser confusos para la mayoría de las personas, pero me parece un poco extraño que yo no logre recordarlos. Los primeros cumpleaños y navidades son algunas de las cosas que parecen no haber existido durante ese lapso. Lo único que tengo claro entre borrosas memorias, es a mis abuelos paternos. Ellos se encargaron de mí por mucho tiempo.  

   En más de una ocasión me pregunté por qué estaba con ellos y no con mis padres, como la mayoría de mis amigos a su edad. Pero, si lo cuestionaba, mis abuelos me decían que lo único que debía saber con certeza era que ellos me amaban, y que deseaban verme feliz.

   Y vaya que lo fui, porque a pesar de que sólo entendiera la mitad de las cosas que pasaban a mí alrededor, mis abuelos siempre fueron buenos conmigo. La abuela constantemente me preparaba galletas y mi abuelo me construía juguetes con trozos de madera que recolectaba del bosque cuando iba de cacería con mi padre. A este último a veces lo veía. Llegaba a casa sin avisar y regularmente me traía regalos. Yo no sabía dónde trabajaba, como era un niño tenían la costumbre de decirme las cosas a medias, pero de lo poco que alcanzaba a captar, entendía que mi padre estaba siguiendo con la tradición del negocio familiar, es decir, una pequeña empresa que se encargaba de manufacturar textiles. Haciendo a mi abuelo sentirse feliz y orgulloso.

   Yo también lo estaba. A mis ojos, él era el hombre más fuerte e increíble del mundo. No recuerdo mucho de mi madre por aquel entonces, pero mi padre siempre me decía que ella era una mujer hermosa, que siempre iba a estar orgullosa de mí. Naturalmente ambicionaba con verla, pero cada que lo pedía me lo negaba con una sonrisa y un deje de desconcierto. Tenía menos de cinco años, pero yo ya sabía a base de sus reacciones, que algo no estaba bien.

   Pasó un año y entonces cumplí seis. Mi padre me llevó finalmente con él y me prometió su compañía y un hogar feliz. Yo quería muchísimo a mis abuelos, pero no pude evitar sentirme feliz.

   Finalmente vería a mamá y tendría una familia.

   Sin embargo nuestro primer encuentro no fue como esperaba. No hubo besos, ni sonrisas, ni frases de "te extrañe", "¿Cómo estás?, ¿Tuviste un buen día?" que usualmente la abuela me dedicaba cuando pasaba un día entero sin verla. Mi madre después de seis años de ausencia sólo me miró con sus fríos y hermosos ojos, y con un "Hola", me hizo sentir incómodo y desconcertado. Nada de eso se parecía a lo que tanto yo había ambicionado.

   En ese momento no sabía que estaba mal conmigo, ¿era mi cara? ¿Era la forma en cómo estaba vestido? Llevaba mis botas azules para la lluvia y un impermeable con patitos amarillos que me llegaba hasta las rodillas, porque el clima era muy malo. Mi cabello castaño estaba un poco húmedo y mi nariz enrojecida, por los estornudos que me propiciaba la congelada agua que caía del cielo. Creí que a lo mejor a ella no le gustaba que me presentara por primera vez como un niño sucio y desalineado y por mucho tiempo, con esa versión me quedé.

   Mi padre la llamó por su nombre y en ese momento lo escuché por primera vez; le dijo Krystal, y yo lo saboreé entre los labios, deseando decirlo en voz alta para que se volviera real, pues ese era el nombre de ella, el nombre de mi mamá. Se sentía tan bien, tan perfecto, que estaba a punto de decirlo, pero ella, contrario a mis deseos, se dio la media vuelta y subió las escaleras, sin darme otra mirada, sin decir nada.

   Sentí que debía ir tras ella, a lo mejor se sentía mal o triste y por eso se había ido, pero cuando intenté hacerlo mi padre me detuvo y me dijo que me ayudaría a instalarme y a cambiarme de ropa para bajar a cenar. Durante el resto del día no dijo nada más sobre el tema y yo evité hacerle cualquier pregunta, pues ya había aprendido que cuando la inexpresividad se dibujaba en su rostro, lo mejor era guardar silencio y esperar.