Anexo Uno.

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Ellos rodearon rápidamente a el venado, cada uno manteniendo la vigilancia. El alfa se movió con sigilo entre el largo y alto pasto verde cerca de lo que ahora eran las ruinas de un edificio mundano en su propio habitad, con el pecho pegado al suelo, sus ojos verdes mirando con curiosidad a la presa. Su pelaje negro como el carbón lo camuflageaba a la perfección en la oscura noche sin cielo estrellado. Él era una sombra entre las sombras a la hora de cazar.

El venado movió sus pequeñas orejas, como si hubiese escuchado algo.

La manada no ocupó una orden más para moverse. Pero el alfa fue más rápido y corrió detrás del pobre e infortunado venado. Detrás de él, el lobo alfa gruñó entre dientes y aceleró el paso, sus largas piernas casi sin tocar el suelo mientras se apresuraba sin quedarse sin aliento.

Toda la emoción, el placer y la satisfacción de poder controlar quien escapaba de sus garras lo hacía sentirse poderoso. El alfa olió el aire infestado del miedo y pánico del venado, y sus patas aceleraron el paso por reflejo. Su instinto le decía que ésta noche era una de sus tantas noches buenas. Una caza que no correría libre. Una presa que no vencía al depredador. En su hocico podría disfrutar el dulce sabor del terror.

Con un sigiloso y fiero movimiento de sus garras y colmillos atrapó al venado, lanzándose sobre el cuello de éste y mandándolo contra un árbol. El venado cayó semi inconsciente, gimoteando mientras que el resto de la manada se movía alrededor esperado a que el alfa fuese el que matara primero. Sus rostros lobunos se contorsionaron en lo parecía una sonrisa temible y deseosa. Querían comer. Tenían sed de sangre tibia y hambre de carne blanda.

El lobo negro alzó la cabeza y soltó un aullido victorioso al aire que se mezcló con la cacofonía de los cuervos emprendiendo el vuelo.

Raised by Wolves ©Where stories live. Discover now