Anexo Cinco.

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El alfa miró hacia el cielo que comenzaba a teñirse de colores purpúreos y durazno, sintiendo un peso en su pecho como si rocas fuesen apiladas sobre él. Se sentía sofocado, claustrofóbico, y débil de repente. Su cabeza dando vueltas sin poderle dejar dormir en toda la noche.

Había mirado a la chica dormir hasta hace unos minutos. Y había envidiado la manera en que placenteramente recargaba su cabeza sobre la almohada, soñando y descansando, sin preocuparse mucho por el resto del mundo.

El alfa no se había permitido tener ese tipo de tranquilidad desde hace muchos años.

Una ola de bilis subió por su garganta, recordando haber visto la simpatía de la chica en sus ojos la noche pasada cuando él había confesado que su padre lo había maltratado. No le había contado la verdad completa, sólo lo suficiente como para darle confianza al hablar con él. Podría ser un acuerdo, mantenerse de tal manera. Pero había olido la manera en que ella pensaba que era triste que hubiese perdido a sus padres, había sentido el cambio de actitud hacia él; ese sentimiento de molestia y desdén se había desvanecido por un momento, remplazado con nostalgia y ternura.

Algo que repudiaba.

Un macho alfa no podía ser visto como un pequeño cachorro indefenso; por eso había sido grosero y hostil con ella al final. La mantendría de mal humor y enfadada de su presencia. Era mejor que ser inferior ante los ojos de alguien. Mucho más de un humano.

El alfa se sintió oprimido, queriendo huir a los bosques y correr sintiendo las agujas de pino secas en la tierra húmeda, el viento besando su pelaje y el delicioso aroma de lluvia en sus fosas nasales. Incluso podría permitirse disfrutar del agudo canto de los cuervos que tanto le molestaba. Todo, menos estar encerrado en cuatro paredes en la casa de alguien que lo veía como su enemigo.

Él no era su enemigo, sólo que tampoco quería ser un amigo.

Pero le gustaba hacerla rodar los ojos con exasperación cada vez que decía algún comentario inteligente. O la manera en que sus mejillas se sonrojaban cuando él comenzaba a ser coqueto con ella. O la manera en que su corazón latía más fuerte cuando invadía su espacio, y una respiración se quedaba atorada en su pecho. Él podía sentir el latido en la palma de su mano, la sangre subiendo y corriendo tibiamente por sus venas, podía ver cuando ella tragaba fuerte y evitaba su mirada porque estaba abrumada; sin embargo, el alfa sabía mejor que eso, pues podía olerla.

Y ella olía a las deliciosas violetas al principio de primavera.

El alfa sonrió para sí mismo. Ella, con su cabello suave como la seda y su esencia adictiva, lo estaban haciendo un poco atontado.

Pero seguía siendo un buen reto.

Y él amaba los retos. Sobre todo aquellos que parecían imposibles de alcanzar.

Raised by Wolves ©Where stories live. Discover now