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Podía sentir sobre su rostro aquellas manos que algunas vez fueron tan suaves como la porcelana, pero que para él, seguían sintiéndose de esa forma, ahora esas manos tocaban su cabello, jugueteando con el, abrió sus ojos lentamente y vio a la mujer de cuclillas frente su rostro, él estaba recostado en su cama, y ahora veía a su madre con una gran sonrisa dibujada sobre su rostro.

—Má, deberías estar en tu cama, hace frío y no debes levantarte. —la regañó con suavidad.

—Ya pasó una semana Paulie, debes ir a la escuela. —el chico hizo una mueca y se cubrió con las sábanas hasta arriba de la cabeza, había "olvidado" ese pequeño detalle, incluso había apagado su alarma en la noche esperando que su madre olvidara sus clases, pero habían hecho la promesa de que el adolescente sólo faltaría una semana y luego regresaría, y al parecer ella lo había recordado.

—¿Qué tal si falto una semana más? —ella negó con una sonrisa.

—Tu padre ya se está vistiendo y sabes que es rápido, si no estás listo es capaz de dejarte aquí.

—Está bien —tiró todas las mantas lejos y se sentó en la orilla de la cama.— ahora ve a tu cama, hace frío y no queremos que te enfermes, tienes que descansar.

—Okay papá. —ella bromeó, ambos rieron y su madre decidió irse a su habitación.

Gracias a que su uniforme se había manchado de pintura y fue imposible quitársela, su padre tuvo que comprarle algunas prendas nuevas, Paul siempre contaba con más de un pantalón y camisas, así que de aquello no tuvieron que preocuparse, pero del resto sí. Con pereza se vistió y caminó hasta su cocina, James había dejado unas tostadas allí encima así que supuso que eran para él, al acabar lavó sus dientes y su padre apareció justo a su lado terminando de arreglar su propia corbata.

—¿Ya estás listo? —preguntó, poniéndose su saco.

—Lo estoy. —contestó el menor.

Lo último que hizo antes de irse fue despedirse de su madre con un gran abrazo y un beso en la mejilla, deseándole un buen día, pues en un rato llegaría la enfermera que cuidaba a la mujer, que curiosamente era una chica que había trabajado con ella hace algún tiempo. Paul tomó sus cosas y se subió al auto con su padre, escuchaban la radio de fondo e iban en silencio, el chico se sentía tan nervioso como si fuese su primer día de clases, temía de las miradas de la gente.

—Hijo, no te estreses, si alguien te dice algo golpealo. —habló el hombre al verlo consternado.

—No soy un chico problemático papá. —rió suavemente por aquella idea loca.

—Okay, no los golpees, pero si ocurre algo, tú eres inteligente y sabes ocupar muy bien las palabras, defiendete como sepas hacerlo. —sacudió su cabello.

James solía dejarlo unas cuadras antes de la escuela ya que al chico le gustaba caminar, además, así tardaría menos en llegar a su trabajo, y Paul siempre se topaba con George en el corto trayecto, haciendo de su caminata mucho más agradable. El adolescente se despidió de su padre y se bajó del auto, perdiendolo de vista, se quedó unos segundos allí de pie tratando de juntar valor para animarse a caminar.

—¡Paul McCartney! —gritaron a sus espaldas, a continuación sintió como el chico se lanzó sobre él con tanta fuerza que casi lo botó al suelo, no era nadie más que su mejor amigo.

—George, casi muero. —dramatizó, él rió con fuerza.

—No adivinarás lo que ocurrió en tu ausencia. —comenzó charlando, ahora caminaban a paso lento hacia el establecimiento.

—Dímelo todo. —contestó, siendo igual de chismoso que su amigo.

—Stuart Sutcliffe ya no es parte del trío de imbéciles, me pidió disculpas por todo lo que había ocurrido y me preguntó si podía ser nuestro amigo. —contó con emoción.

change ; mclennonWhere stories live. Discover now