Capitulo 7

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Kara estaba cubierta por una película de sudor cuando rodó en la cama. La luz grisácea del amanecer se colaba por debajo de las persianas, burlándose de ella. Esa noche apenas había dormido. La había pasado a solas, sabiendo que al otro lado del pasillo, Alex y Lena compartían el calor de sus cuerpos —y probablemente mucho más— sin ella.

Algo punzante y ardiente surgió en su interior, retorciéndole las entrañas. Kara no quería darle nombre. Pero tampoco lo necesitaba.

Los celos eran condenadamente imposibles de confundir.

Salió de la cama y recorrió el pasillo hacia la habitación de Alex. Qué estupidez. Qué manera de torturarse. Pero tenía que verlo con sus propios ojos. Tenía que saber...

Y lo supo. «Maldición». Hizo una mueca ante la imagen de Lena acurrucada de lado con la espalda pegada al pecho de Alex, y sus piernas entrelazadas. Las dos estaban enredadas entre las sábanas blancas y la mano laxa por el sueño de Alex se había posado sobre uno de los pechos de Lena.

Parecían tranquilas. Cómodas. Satisfechas.

Tres cosas que no iban con ella. Que no se merecía. Ella había destruido a Imra, una chica inocente... Interrumpiendo sus pensamientos con una maldición, Kara regresó por el pasillo a su habitación. Tenía que concentrarse en el ejercicio. Ese día era como cualquier otro, a pesar de la presencia de Lena en la casa y de su sombrío estado de ánimo.

Primero haría flexiones. Se echó en el suelo y comenzó la primera serie de cincuenta. El sudor le cubrió de nuevo mientras las contaba, luego se tumbó de espaldas para hacer cien abdominales, y durante todo ese tiempo pudo escuchar cada crujido de las sábanas al otro lado del pasillo, cada murmullo de buenos días, cada desperezo de Lena y Alex. Cada prohibida intimidad en la que Kara no se atrevía a participar.

«No te quejes. Lo hecho, hecho está», se dijo a sí misma.

Cierto, pero... Alex siempre se despertaba excitada, así que Kara sabía lo que vendría a continuación. ¿Por qué demonios no se había comprado un iPod o una radio para no tener que oírlas?

Kara agarró unas pequeñas pesas y se dedicó a hacer trabajar sus brazos, recordándose a sí misma que Alex merecía cualquier felicidad que pudiera encontrar con una mujer. Su prima siempre veía lo bueno en las personas, siempre intentaba ayudar, se reía con facilidad, entregaba su corazón una y otra vez. Y Kara... bueno, ella sabía mejor que nadie cómo era.

De repente, oyó la risa de Lena. El sonido cantarín flotó por el pasillo mientras Kara se tumbaba en el suelo para otra tanda de abdominales. Hizo rechinar los dientes. Luego sólo pudo oír los suspiros de Lena. Primero uno, luego otro más largo y profundo... uno que descendió directamente a su miembro y le hizo sentir una puñalada en el vientre.

La negra oleada de celos la acuchilló de nuevo, algo que no sirvió para mejorar su estado de ánimo y sí para multiplicar su deseo de golpear algo y hacer daño.

«Céntrate».

Dobló las rodillas para alternar con los abdominales. Eran los ejercicios de siempre. Pero concentrarse en la rutina era prácticamente imposible cuando se imaginaba las manos de Alex acariciando las elegantes líneas del torso de Lena hasta llegar a aquellos pezones marrones, mientras inspiraba la dulce fragancia a vainilla de su piel y esperaba con su habitual paciencia y susurraba algunas palabras adecuadas que la harían humedecerse.

Luego, lamería los duros brotes de los pechos, donde trazaría un círculo tras otro con la lengua, mientras bajaba las manos al vientre de Lena, instándola a separar aquellos dulces muslos para ella, y, por fin, deslizaría los dedos en el resbaladizo refugio de su sexo y sentiría cómo las tensas paredes de la vagina de Lena se cerraban en torno a ellos.

DECADENTWhere stories live. Discover now