Capitulo 11

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—Por favor —imploró de nuevo Lena.

—Retírate y ponte de rodillas —ordenó Alex— Arrodíllate y levanta sus caderas hacia ti.

Las palabras por fin llegaron a su mente. Se cambió de posición, negándose a perder el contacto.

—Alex —Lena la miró, cogiéndose los pezones entre los dedos para tirar de ellos.

«Oh, maldición». Verla acariciarse los pezones la llevó más cerca del clímax, a un lugar donde era la necesidad quien decretaba cada envite.

Su prima se deslizó de rodillas en el suelo, al lado de ellas y ahuecó los pechos de Lena con la palma de la mano, pellizcándole los pezones duros, rojos y apetecibles. Kara deseó inclinarse y succionarlos, pero no podía, no si quería seguir poseyéndola. Y tenía que seguir. Lena era adictiva. Conociendo de primera mano lo celestial que era estar dentro de su culo, si volvía a ofrecerle su vagina, la poseería. Sin mediar palabra. Sin vacilaciones. Penetraría esos dulces y apretados pliegues y la reclamaría para ella.

Alex se inclinó y succionó un pezón, y luego se dedicó al otro. Al mismo tiempo bajó la mano y mientras masajeaba la dura protuberancia de su clítoris le hundió un par de dedos en la vagina.

—¡Sí! —gritó Lena.

Al instante, Kara sintió cómo se apretaba en torno a ella, como comenzaba a latir. Oh, mierda, no iba a poder contenerse mucho más, ni siquiera por dos segundos.

—Ahora, Kara. ¡Ahora! ¡Fóllame!

La mujer salvaje que habitaba en su interior se liberó y acabó con la última brizna de control. Clavándole los dedos en las caderas arremetió contra ella con un envite tras otro. Su polla se estremeció. Lena gimió. Ella intentó contenerse ante los ondeantes pulsos del cuerpo de Lena, ante la palpitante estrechez de su pasaje.

Lena gritó, y su cuerpo se convulsionó. Luego, con un rugido, Kara se sumergió en ella una última vez y alcanzó el orgasmo, estallando en un millón de pedazos mientras comenzaba a volar. Vio todo blanco... y la cara ruborizada de Lena que gritaba extasiada.

A Kara le pareció que la eyaculación duraba eternamente, que el placer se multiplicaba hasta el infinito. Nunca había sido así. Se sentía como si flotara, como si aquellos eternos momentos de éxtasis fueran a durar para siempre con solo quedarse dentro de ella. Sin soltarla jamás.

Pero la realidad se entrometió con rapidez.

Kara se retiró lentamente, y en el momento que lo hizo, sintió un vacío en su interior, instándola a penetrarla de nuevo, a hundirse en aquel cuerpo y a no salir jamás. Lena era todo lo que necesitaba.

«Tómala. Reclámala. Quédatela».

¿Y luego qué? Ya había visto las consecuencias de un acto así. Lo había vivido. Y todavía tenía pesadillas por ello. Con un estremecimiento, Kara retrocedió y se quitó el condón.

Cometió el error de mirar el rostro de Lena. Ella le brindó una sonrisa vacilante que le encogió el corazón. Sandeces. Lena sólo quería saber si Kara estaba bien, si había estremecido su mundo.

No a lo primero y, absolutamente, sí a lo segundo.

Y si se quedaba con ella una hora más, Lena ya no sonreiría. Estaría jodida... literalmente.

Ahora que había estado dentro de ella, mantenerse apartada de su sexo no iba a ser una opción. Si Lena permanecía allí una hora más, acabaría tumbada sobre sus espaldas, con el miembro de Kara profundamente enterrado en su interior. Y eso sería un gran error.

DECADENTWhere stories live. Discover now