IV

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— ¿No cree que ha dejado muchas muestras para delatarse, jefe? —le cuestionó Yunho al pelinegro quien se encontraba leyendo concentradamente un libro en un rincón de aquel lugar abandonado.

— Shhh~ no lo distraigas... —le indicó Mingi una vez apareció repentinamente dentro de aquel lugar.

— Está bien, está bien... —cerró su libro y con lentitud llevó su vista hacia aquel par —te estaba escuchando de igual manera... Ya veo que te preocupa mucho el ser descubiertos por la realeza, Yunho.

—No hablo por mi, van a ir por su cabeza, jefe. —objetó el joven con preocupación.

Aquel sujeto dejó ir una corta risa.

— Que lo intenten y veamos quien obtiene la cabeza de quién. —reto el pelinegro con burla.

— Entonces es cierto —una voz femenina ahora fue la que se escuchó acompañarlos, causando que aquellos tres la miraran— no era una broma el que fueras por los ojos de la Lartësi, Lucilfer.

— ¿Creías que era una broma? ¿Por qué jugaría con algo así? —frunció su entrecejo.

El lugar era de lo más tétrico, telarañas, ventanas rotas, poca iluminación, era una iglesia abandonada en lo recóndito de un lugar completamente desconocido. Una guarida ideona para esta clase de seres.

— Les has declarado la guerra, eso es. —apuntó la pelirroja seriamente— sabes que pueden consultar al oráculo, ¿no?

Aquel pelinegro, bajo el seudónimo o nombre, Lucilfer, ladeó su cabeza. Yunho y Mingi compartieron miradas algo preocupadas. Aquella fémina estaba sacando de sus casillas a su superior, nada bueno desde luego.

— Claramente eso es algo que no me interesa. ¿Crees que nos encontrarán en  Yorknew? Tendrían que buscar debajo de las piedras y dudo que con tal guardia tan débil, lo consigan. —expresó el de ojos grises en un tono neutral.

— Es cierto —le dio la razón Mingi— el Jefe tiene razón, Boonie. Esos imbéciles no nos encontrarán. —sonrió con seguridad.

— Aunque de cierta forma tengo que volver... —comentó Lucilfer con aires pensativos, provocando que la sonrisa de Mingi se borrara.

— ¿Qué..? —cuestionó con falta de entusiasmo.

— Mi destino, tengo que saberlo. —contestó con simpleza.

— Jefe... —susurró Yunho angustiado — ¿cómo va a conseguirlo?

Todos sabían a que demonios se refería el pelinegro.

— No se preocupen por eso, el momento llegará cuando menos se lo esperen. —sonrió con malicia, oscureciendo su mirada, causando que sus camaradas se estremecieran— De momento, prepárense y reúnanse con los demás. Tenemos una subasta que sabotear...

***

Su mirada estaba nublada, como cualquier día de invierno. Miró por última vez el rostro de su madre antes de ser sepultada. Las lágrimas ya no salían, estaba completamente seca por dentro y por fuera. Lo peor de todo es que sí, las palabras de su hermano la habían hecho sentir completamente responsable de lo sucedido.

La última oración que le había dicho a su madre era el no querer ser Lartësi y ahora no tenía de otra, debido a la muerte de su madre. Un sabor amargo inundó su boca al saber que aquello fue con lo que se había despedido de ella.

Era algo absurdo.

Un brusco jalón en su hombro la sacó de sus pensamientos, ella algo confundida llevó su vista hacia el responsable de aquella acción.

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