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𝘼 𝘿 𝙑 𝙀 𝙍 𝙏 𝙀 𝙉 𝘾 𝙄 𝘼:
Este capítulo tiene contenido de violencia que puede ser sensible y explícito para algunas personas.
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Cuando llegó el alba, gris y gélida la tormenta había cesado y lo único que quedaba era una lluvia constante que azotaba la superficie de los ríos y convertía la hierba del bosque de dioses en un lodazal lleno de charcos, pero aquello no impidió que se llenara de gente. Señores del río y señores del norte, nobles y plebeyos, caballeros, mercenarios y mozos de cuadras: todos se encontraban entre los árboles para presenciar el final de aquella noche oscura.
No hubo necesidad de abrirse paso entre la gente, pues el sendero lo guiaba justo hasta el arciano, donde Lew el Largo aguardaba con hacha en mano junto al tocón de madera que habían dispuesto para la ejecución, listo para impartir la justicia. Cuando lo divisó, Lord Karstark lo miró a los ojos con orgullo y Robb no tuvo más opción que mantenerle la mirada
«—Si le vas a quitar la vida a un hombre—le había dicho su padre—, tienes un deber para con él, y es mirarlo a los ojos y escuchar sus últimas palabras. Si no soportas eso, quizás el hombre no merece morir »
De repente la capa empapada le pesaba tanto que sintió que sus pasos se hundían en el fango. Inspiró el aire húmedo, y aun pudo sentir el hedor de la sangre de los cadáveres de Tion Frey y Willem Lannister en sus fosas nasales, justo como cuando fueron depositados ante el estrado, frente a él. A pesar de ser más grandes y de aspecto físico completamente diferente, cuando los observó, no pudo evitar ver a Bran y Rickon en ellos y aquello solo hizo que la traición de Lord Karstark se sintiera más personal.
La lluvia y las hojas caían en torno a los hombres del Gran Jon cuando llevaron hacia allí a lord Rickard Karstark, con las manos todavía atadas. Sus hombres estaban ya colgados de las murallas de Aguasdulces y se mecían al final de largas cuerdas, mientras las gotas de lluvia les corrían por los rostros cada vez más ennegrecidos.
Lew el Largo aguardaba junto al tocón, listo para impartir la justicia, pero Robb le tomó el hacha de la mano y le ordenó que se hiciera a un lado.
Divisó algunos rostros con cara de confusión. No era algo que muchos de los presentes pudieran comprender, ni siquiera su amada Jeyne, que le había rogado que contratase un verdugo. La única persona que podía comprenderlo, la única persona que necesitaba ahí, se encontraba a leguas de Aguasdulces.
