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Rickon finalmente se había quedado dormido. Nuevamente se la había pasado el día completo llorando, gritando y siguiendo a Robb, el pobre pequeño se abrazaba a la pierna de su hermano mayor y no era tarea fácil hacer que se soltara; consecuentemente Sara pasaba el día detrás de ambos intentando consolar a su hermanito.
—No podemos seguir así —le dijo en voz baja a su hermano.
Se encontraban en el pasillo que conectaba sus habitaciones, Robb le había ordenado que se fuera a la que estaba a lado suyo, pues así estaría más cerca de Rickon.
—Lo sé, Sara.
—No puedo ayudar al maestre Luwin si voy todo el día detrás de Rickon—. le dijo con preocupación y su hermano suspiró con pesar— Es solo un niño, uno que necesita a su madre, no a sus hermanos. ¿Cómo vamos a cumplir con nuestras obligaciones si no nos deja? Por favor, tienes que hablar con ella. Bran no va morir, tú mismo escuchaste al maestre y no es su único hijo. Tiene que administrar un castillo o enseñarte como mínimo; Robb, hay que hacer nuevos nombramientos, revisar las cuentas, abastecer las despensas y prepararnos para el invierno.
Robb se quedó callado por un rato, pensativo.
—Está bien me encargaré de ello — comentó— tú me dijiste que podría hacerlo ¿recuerdas? ahora soy el Lord de Winterfell y tengo que hacerme responsable.
—Y no dudo de ti, Robb, sé que eres capaz, pero es demasiado para alguien que va empezando, necesitas compartir esa carga con alguien y tu madre es la señora del castillo.
—Haré una lista para los nombramientos y más tarde hablaré con mi madre.
—Bien.
Sara le tocó el hombro y Robb sonrió con esfuerzo, ambos estaban cansados, después se dio la vuelta y se alejó por el pasillo. Ella entró a su nueva habitación y se sentó con Deah a bordar frente a la cama donde su hermano pequeño dormía tranquilamente. Había cierta hora, cuando el sol se estaba ocultando y la noche a punto de caer en la que los tres huargos del castillo comenzaban a aullar a coro, pero aquella tarde se escuchó otro sonido por encima de los aullidos de lobo; todos los perros habían comenzado a ladrar al mismo tiempo. Sara se levantó a cerrar los postigos para que el ruido no molestara al pequeño, pero antes de llegar a la ventana escuchó los gritos del exterior«¡Fuego!». Miró por la ventana, los lobos se habían callado, pero los ladridos seguían, vio como uno de los caballerizos trataba de calmar a un caballo que se había encabritado y después vio las llamaradas alzarse en la torre de la biblioteca.
—Dioses, no — se dijo así misma en voz baja.
—¿Qué pasa? — preguntó Deah mientras se acercaba a ella.