Capítulo XL

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William.

Han pasado treinta minutos desde que me adentré a la habitación, no puedo estar con ella, si me quedo cerca, lo más probable es que le ruegue que se quede conmigo, pero no puedo ponerla en ese riesgo. 

La llamada fue del señor Salas, para decirme que está cerca y que al rededor del terreno se encontraban camionetas desconocidas, tras escuchar eso, sabía que el señor Maxwell estaba afuera de mi propiedad esperando a quedarme solo para poder hacer lo que desea. Matarme.

Escucho el timbre de la entrada, salgo y Quebec está sentada en la sala, esperando, este podría ser el ultimo momento que la vea y quiero recordar cada detalle de ella, la observo y está dándome la espalda, su cabello pelirrojo cae por sus hombros y es ligeramente ondulado, es exactamente el tipo de cabello con el que me gustaría despertar cada mañana en mi almohada. Al seguir mirándola me hace querer quedarme ahí, pero no puedo y tengo que seguir adelante con el plan.

Paso por la sala y abro la puerta, el señor salas está parado justo frente a mi, en su mirada refleja compresión y cariño, sé que me veo mal y sé que será demasiado difícil verla partir, lo dejo entrar y se dirige a ella.

-Mi niña, es hora de irnos.-dice acercándose a ella.

No lo mira, se levanta del sillón y mira al piso, el señor Salas la toma de la mano y le da un pequeño beso en la frente.

-¿Lista?-pregunta.

Dios, es tan doloroso esto, no puedo verla, no puedo permitirme verme débil ante esta situación, los ojos me pican y comienzo a ver borroso, sin duda, empezaré a llorar, sé que es por su bien y sé que la quiero mantener alejada sobre el pasado que tuve con el señor Maxwell y Esther, no puedo jalarla a mi pasado. Limpio rápidamente mis ojos y el señor Salas toma la maleta que está a mi lado.

-Los dejaré un momento a solas, iré alistando las cosas para nuestro viaje.-se gira a vernos y solo asiento, al salir cierra la puerta, dejándome con su hija.

La cabaña está en silencio y no puedo articular ni una maldita palabra, me acerco a ella, pero me limito a tocarla, sigue sin mirarme, tomo el valor y la abrazo, en este momento estoy dispuesto a que vea lo peor de mí, estoy dispuesto a que me vea llorar, a que vea lo mucho que la amo.

Mierda, la amo, la realidad llega de repente, la amo y no hay marcha atrás. Llegué amar a Esther, sí, pero no de la misma manera que con Quebec, con ella todo es diferente, desde el primer momento que la vi entrar en mi oficina, creo que no me había dado cuenta en que la amo hasta ahora, hasta el momento de la despedida. Quiero decirle y quiero demostrárselo.

Las lagrimas salen de mis ojos y comienzo a sollozar, pasa sus manos por mi torso, devolviéndome el abrazo, la sostengo por unos momentos analizando cómo le diré que la amo, al cabo de un tiempo me separo de ella, sus ojos están cerrados y sus mejillas empapadas por sus lagrimas, no quiere verme y lo entiendo.

-Mírame.-ordeno.-Por favor, mírame.

Mueve su cabeza en respuesta de un no, la tomo por cada lado de sus mejillas y con mis pulgares trato de secar el camino de sus lagrimas. Al hacer esto, abre un poco los ojos, pero evita mi mirada.

-No quiero...-susurra.-Sé que dolerá.

De repente escucho la puerta abrirse y siento los pasos del señor salas acercarse.

-Es hora, se nos hace tarde.

Ella lo mira y se dirige a su lado, pasando junto a mi, sin mirarme, evitando cada palabra que necesito decirle.

-Te amo.-murmuro lo más fuerte que puedo. 

Duele, duele admitir que la amo cuando sé que puede ser la última vez que la veré, cuando estoy tan cerca de la muerte. Se detiene en seco y giro para verla, está en medio del pasillo y lentamente se gira hacia mi.

-¿Qué haz dicho?-pregunta.

-Te amo.-repito, mierda, di algo, dime que sientes lo mismo y dime que no importa en donde estemos me amarás como yo lo hago.

Me observa, estoy llorando y estoy completamente destrozado. Da unos pasos acercándose a mi, y justo cuando está tan cerca toma mi rostro y me besa. Mierda, la necesito, el beso es completamente dulce y con el trato de reflejarle todo lo que se me es imposible decirle, al separarme de ella coloco nuestras frentes juntas y susurro.

-Amarte es como respirar... y no puedo parar, te necesito.

-Wow... William diciendo que me ama, debo de ser muy afortunada.-dice soltando una ligera risa.

-No importa cuan lejos estés, siempre te buscaré hasta encontrarte, no importa si es en el otro lado del mundo.

-Ya lo sabía.-dice.

-¿Qué sabias?-me separo un poco.

-Que me amabas.

-¿Cómo?

-Me lo haz demostrado desde la primera noche juntos y eso vale más que unas palabras bonitas.

No puedo resistirme y vuelvo a besarla, pasa sus manos detrás de mi cuello, acercándome más a ella. Escucho toser al señor Salas, haciendo que nos separemos.

-Bien, ahora es tiempo de irnos.-mira su reloj.

Nos separamos y la acompaño hasta la puerta, me mira y susurra.

-Te...

Es interrumpida por un sonido realmente fuerte, veo por la entrada y el señor Maxwell entra a mi propiedad, con un arma apuntándome, me coloco frente a ella y espero lo peor.

-Deja que se vaya, tu problema es conmigo.-grito para que pueda escucharme.

-Oh querido William, tiene un minuto para salir de aquí y no quiero jueguitos.-dice y comienza a contar.-Uno... dos...

Me giro a verla y la cargo hasta la camioneta de Rubén, la meto y la beso de despedida, trata de pelear y bajarse, pero no puedo permitirlo, Rubén sube rápidamente y le ordena al chofer que conduzca lo más rápido para mantenerla a salvo, Quebec grita, me golpea para hacerme a un lado para entrometerse en la pelea que es entre mi pasado, la tomo de la cabeza.

-Te buscaré hasta que sea lo último que haga.

Cierro la puerta y la veo marcharse.

-Es hora de hablar.



Oh, Por Dios! (I)Where stories live. Discover now