Capítulo 37: El mensaje de Yunan

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La sonrisa de Gyokuen Ren se amplió al ver a una mujer maltrecha postrada ante sus pies. Al principio le había costado reconocerla, pero al cabo de unos segundos dio con su nombre. Se levantó despacio para que la mujer apreciara de cerca sus zapatos.

—Querida hermana Marusa, tiempo sin verte —dijo Gyokuen con tono dulce pero filoso.

Marusa levantó la cabeza para verla, en ese instante sintió como su orgullo se hacía añicos. A ese grado llegaba el gran amor que profesaba hacia su maestro. Lo que menos quería, era recurrir a Gyokuen, pero ya no tenía alternativa, después de todo, ambas tenían el mismo objetivo, sólo que ella deseaba ser la primera.

—Escuché que te rebataron esa pequeña ciudad en Parthevia y ahora mírate, hecha un desastre —la emperatriz dio la señal para que levantaran a Marusa. Le vio el rostro y pasó con delicadeza sus dedos sobre la piel mullida, tocó con un poco de fuerza la nariz de la mujer haciendo que esta soltara un sonoro quejido—. Yo también odio a ese pequeño Magi, hijo de Salomón, no puedo creer lo arrogante que fue al grado de hacer que su hijo llegara aquí... y también a su candidato a rey, Alibaba Saluja; han interferido tanto en mis planes y ni qué decir de la singularidad de este mundo, Sinbad. Ellos fueron los responsables que nuestro amado padre no haya destruido este mundo.

—¿Lo sentiste? —preguntó Marusa con voz ronca.

Gyokuen le devolvió la mirada y sonrió.

—Hermana, en vez de competir entre nosotras, debemos unirnos para cumplir con la voluntad de nuestro padre —se acercó al rostro de Marusa al grado que sus labios estaban muy cerca—. Claro que sentí ese poder abrumador y al igual que tú, yo también lo quiero.

—Pues entonces agrega a una más a tu lista de más odiados, Arba, porque esa niña también es un estorbo para nuestros planes. Lo único valioso que tiene, es esa lanza —respondió Marusa, cerrando el espacio que había entre las dos.

Cuando se separaron, Arba le sonrió y pasó sus dedos sobre los labios.

—Llévenla a una habitación para tratar sus heridas —ordenó, dándole la espalda a Marusa para marcharse de la sala.

En cambio, Marusa escupió con repudio. Odiaba a Arba, pero era su única alternativa para enfrentarse a esos tres. Por el momento, necesitaba recuperarse.

La emperatriz se limpió los labios y luego vislumbró sus dedos. Había sido asqueroso. Miró hacia el cielo y sintió la presencia de los magos que estaban ocultos alrededor de ella.

—Están en Remano y habrá festividades en unos cuantos días, majestad —informó un mago que tenía la cabeza cubierta por una tela que alrededor se ajustaba con una liana con espinas.

—Envíales un detalle de mi parte para que no se olviden de mí, por favor —respondió la emperatriz sin molestarse en mirarlo y continuó su camino acompañada de un sequito de guardaespaldas.

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