Cap. 23: Cimofobia

234 29 16
                                    

Después de un viaje de una hora, la furgoneta que se ha ofrecido a transportarnos hasta Bowen aparca a un lado de la acera para que podamos descender del vehículo. Tomamos nuestras pocas pertenencias, les agradecemos a los dueños y salimos por una de las puertas laterales.

—Estamos sobre la calle Powell —manifiesta Noah, dándole un vistazo a nuestro alrededor—. Eso significa que estamos a la misma distancia de Queens Beach y de Grays Bay. —Adopta una postura autoritaria antes de girarse hacia nosotros—. ¿A dónde vamos?

—No tengo preferencia, supongo —opino ante el silencio.

—Yo tampoco —asegura Zoe.

Isaac ni siquiera se digna a externar su punto de vista; o a vernos, al menos.

El rubio suelta un suspiro frustrado antes de dirigirse directamente a él:

—Vamos, hombre, tú eres el que sabe de estas cosas.

Con los brazos cruzados, Isaac exhala pesadamente.

—La mejor opción para nosotros es Grays Bay, hay más variedad de actividades acuáticas, que entiendo es a lo que hemos venido. Además, tiene una playa contigua que dispone de mesas de picnic, por si pensamos quedarnos a comer. Ah, y en realidad, Queens Beach se encuentra cien metros más alejada. —Ni una sola pizca de emoción se ha filtrado en su voz.

Aun así, en un gesto que no logro comprender, Noah palmea amistosamente su hombro con una gran sonrisa.

—Vale, Grays Bay será. —Dicho esto coge la calle frente a nosotros, que lleva por nombre Herbert Street, y empieza a andar confiadamente sobre la acera con Zoe a un lado suyo e Isaac y yo siguiéndolos por detrás.

Intencionalmente dejo que los primeros dos se adelanten unos pasos, y no estoy segura de si Isaac no se ha percatado de que he reducido el ritmo de mi caminata o simplemente prefiere ignorarlo. El chico ha estado más antipático que de costumbre, y vale que eso ya es decir algo.

—¿Puedo preguntar qué te sucede? —inquiero sin tanta brusquedad como podría aparentarse.

—Ya lo has hecho.

Ruedo los ojos.

—¿Y puedo saber el motivo? —reformulo.

Se lo piensa unos segundos.

—No me gusta la playa —dice en voz baja.

—Vaya, eso tendría bastante sentido... Si vivieras en Alaska y no en una bendita isla.

—En realidad, Alaska sí tiene playas.

Joder, ni cuando está con una actitud de querer que lo atropelle un auto deja de ser perfeccionista.

—Austria, Etiopía, Bolivia, Afganistán; elige el que quieras —gruño con molestia.

Sin embargo, no contesta nada.

—¿Y entonces a qué has venido? —indago nuevamente.

—Ustedes querían venir.

Tengo que morderme la lengua para no soltarle que hubiéramos podido arreglarnos bien sin su cara de culo en estos momentos.

«Paciencia, Roxana, paciencia».

—No sabía que veníamos en una especie de combo de cuatro o algo parecido —espeto en su lugar, analizando segundos después que quizá no hubo mucha diferencia en la sensibilidad de mi comentario.

Isaac detiene sus pasos de repente, obligándome a hacer lo mismo, y busca mis ojos con los suyos.

—La única razón por la que estoy aquí es para evitarte que tuvieras que estar todo el día con la nueva pareja tú sola. Te estoy haciendo un favor.

Premonición de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora