Cap. 12: Perder la cabeza

1K 135 99
                                    

Estás cordialmente invitada a la habitación 315 en punto de las 7:00 pm para ver el primer partido de la temporada de la NFL conmigo.
Yo me encargaré de todo, tú solamente has acto de presencia ;)

Leo el mensaje de parte de Thiago y sonrió automáticamente. Tecleo un «Ahí estaré :)» en respuesta, antes de volver a guardar mi teléfono para enfocarme en la vista frente a mí. Desde la terraza de mi cuarto, logro ver cómo el sol se pone sobre el mar, creando en el cielo unas pinceladas de colores cálidos.

Inhalo profundamente y cierro mis ojos unos instantes, relajándome.

Mi mente empieza a divagar, y la primera persona en la que pienso, es Thiago. No tengo una idea de qué es lo que sucede entre nosotros; si es que hay un nosotros. Quiero decir, sí, me siento cómoda a su lado, y sin duda es un muchacho sumamente agradable. Siento como si nos entendiéramos bastante bien, a pesar de que solo llevamos un par de meses conociéndonos. No sé de qué se trata, pero no miento al decir que cuando estamos juntos puedo sentir algo. Creo que lo único que falta es ponerle un nombre a ese «algo».

Cuando me percato de que faltan unos minutos para las siete de la noche, ingreso a mi habitación nuevamente. Cambio la remera que estoy usando por el jersey de los Acereros de Pittsburgh, y entonces me dirijo al elevador.

Una vez que las puertas de metal se abren en el tercer piso, camino hasta pararme frente a su puerta. Después de golpearla tres veces, Thiago abre la puerta vistiendo un delantal por encima de su ropa.

—Hola, chaparra —saluda con una sonrisa en el rostro—. Pasa, por favor. —Termina de abrir la puerta y se hace a un lado, dejándome pasar.

—¿Estás cocinando acaso? —inquiero cuando un delicioso olor a comida invade mis fosas nasales.

—Es correcto —afirma con orgullo—. Te dije que yo me encargaría de todo, y en un buen domingo de fútbol americano no pueden faltar los alimentos.

—Estoy de acuerdo contigo.

Me adentro un poco más en la habitación y veo que en la pantalla de la televisión ya se encuentran los comentaristas haciendo algunas opiniones sobre el futuro encuentro entre los Cuervos de Baltimore y los Vaqueros de Dallas, el cual comenzará a las siete de la noche con veinte minutos, como todos los partidos nocturnos.

—Siéntate si quieres, la comida ya no debe de tardar en estar lista —me indica Thiago, echándole un ojo a la terraza.

Es en ese momento cuando me doy cuenta de que hay una parrilla encendida afuera. La curiosidad me gana y decido asomarme un poco más, vislumbrando unas hamburguesas al carbón.

—¿Necesitas ayuda con algo? —cuestiono.

—No... —se ve interrumpido por un sonido proveniente del fuego y un olor a quemado—. Bueno, tal vez un poco.

Río y asiento con la cabeza.

Una vez que estamos en la terraza, Thiago empieza a manipular la carne con unas pinzas de metal, mientras yo me encargo de preparar los panes. Por un momento me distraigo viéndolo. Se ve tan concentrado mientras cocina, que me es imposible no recordar las palabras de mi madre: «Quédate con alguien que cocine rico. La belleza se acaba, el hambre no». Bueno, aquí el chico cumple con ambos requisitos.

Una vez que la carne molida está lista, Thiago las deposita sobre los panes y yo me encargo de terminar de preparar los alimentos.

—Dejaré que el carbón se consuma y se apague solo —menciona Thiago, tapando el asador y cerrando los pasajes de ventilación del mismo—. Vamos, ya no debe tardar en comenzar.

Premonición de amorUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum