Extra V

632 43 2
                                    

Thiago Reyes

—Thomas, por favor, deja a tu hermana desayunar en paz.

—Pero si no estoy haciendo nada —se defiende el aludido, levantando en el aire las mismas manos con las que estaba pinchando el torso de la pequeña Roxy segundos atrás.

Le doy una mirada significativa.

—¡Eres un mentiroso! —se queja la niña, cruzando sus brazos, indignada, y haciendo un mohín con la boca.

Suelto un suspiro.

—Y tú, amor, no le grites a tu hermano —pido con la mejor sonrisa que encuentro.

—¡Él empezó!

—¡No es cierto! —refuta Thomas.

—¡Claro que sí!

—¡Que no!

—¡Que sí!

—Niños —intervengo—, no hay ninguna necesidad de gritar a las ocho de la mañana. Así que, por favor...

Me callo abruptamente cuando un grito ahogado proveniente de la planta superior nos hace girar la cabeza hacia las escaleras. Me levanto abruptamente de mi asiento y avanzo a grandes zancadas hacia los pies de los peldaños.

—¡¿Rox?! —vocifero.

Puedo sentir la mirada juzgona de mis hijos a mis espaldas.

—¿Todo bien por allá?

Al no obtener una respuesta por parte de mi esposa, frunzo el ceño y me encamino escaleras arriba a toda velocidad, escuchando los pasos de los pequeños detrás de mí. Corro por el pasillo, a pesar de que sé que Thiago y Roxy me echarán en cara más adelante que he roto otra regla más de la casa, y abro la puerta de nuestra habitación de golpe.

Mi mujer está de pie, en bata, y por sus piernas baja un líquido transparente que termina formando un pequeño charco en el suelo.

—Jo... —Al notar su mirada de advertencia, me apresuro a cambiar la expresión por algo apto para todo público— coque. Jocoque.

La pequeña sujeta la tela de mi pantalón y le da un par de tirones débilmente, llamando mi atención.

—Papi, creo que mami se acaba de hacer pis —susurra.

—La fuente —habla Roxana finalmente—. Se me ha roto la fuente.

—¿La fuente? ¿Qué es eso, mamá? —inquiere Thomas, quien intercambia una mirada confundida con su hermanita.

Yo, por mi parte, sigo sin ser capaz de reaccionar, al menos hasta que Rox vuelve a soltar otro quejido de dolor, alertándonos a todos.

—Thomas, coge la maleta que está junto a la puerta de la entrada y sube con tu hermana al auto —pido con cierta urgencia en la voz—. Mamá y yo los alcanzaremos en un momento.

Mi hijo asiente una vez con la cabeza, sabiendo que el tono de mi voz significa que algo serio está ocurriendo.

—Vamos, Roxy. —Le ofrece la mano a su hermana y juntos desaparecen por el pasillo.

Avanzo unos pasos hasta mi esposa, sujetando su mano con delicadeza.

—¿Estás bien, chaparra?

—Al... —Aprieta sus labios, callando otro quejido— Alguien ya quiere nacer. Tenemos que ir al hospital, ahora.

—Déjame ayudarte. —No espero que me responda antes de tomarla en brazos y empezar a descender las escaleras.

—Thiago, en estos momentos debo de pesar lo mismo que un elefante africano —se queja.

Premonición de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora