Cap. 31: Detonador de recuerdos

260 35 39
                                    

Llevo una semana checando planes de estudios universitarios. Entre toda la agitación del viaje, no me había dado cuenta de que las últimas fechas para aplicar ya se encuentran próximas, por lo tanto debo tomar una decisión más rápido de lo que me hubiera gustado.

Mientras navego a través de distintos sitios web, una notificación en la esquina superior derecha de mi portátil me avisa que me ha llegado un nuevo correo electrónico. Al abrirlo, me doy cuenta de que el remitente es desconocido, y de que el asunto del mensaje es extraño por igual.

Un tal Mr. Cooper me ha enviado la confirmación de una supuesta reservación que yo realicé tiempo atrás para apartar un campo de fútbol americano para la tarde de hoy, dieciséis de marzo, así como algunas recomendaciones para que «pueda disfrutar de una tarde llena de adrenalina».

Aunque, en realidad, el verdadero problema es que, según parece, ya he realizado el pago por una suma considerable de dinero.

¿Pero qué mierda?

Rápidamente cojo mis pertenencias, abandono mi habitación y me monto en mi auto, decidida a ir a aquel lugar para reclamar mi dinero de regreso. Ingreso la dirección del campo deportivo en el GPS del coche y emprendo mi camino. Conforme voy recorriendo la carretera, tengo la leve sensación de que ya he estado por estos rumbos antes. Sin embargo, dejo de lado esos pensamientos y me concentro en lo realmente importante aquí, mientras distraídamente juego con la cadenita de oro blanco que cuelga en mi cuello.

Cuando la voz robótica que abandona los parlantes del auto me indica que he llegado a mi destino, lo aparco en el estacionamiento y desciendo de él a toda prisa. Le echo un vistazo a mi alrededor, sintiéndome más inquieta de repente, hasta que doy con una pequeña caseta en la entrada del campo.

Aporreo una de las ventanas sin mucha sutileza cuando me encuentro de pie afuera de la caseta. Un señor perteneciente a la tercera edad pega un brinco sobre su silla ante el repentino sonido.

—¿Puedo ayudarla en algo? —cuestiona tras haber abierto la ventanilla.

—¿Sabe dónde puedo encontrar al señor Cooper?

—Aquí no, claramente. El señor Cooper se encuentra fuera del país.

Mis facciones se desencajan.

—¿Quería hacer una reservación o...? —sugiere.

Niego con la cabeza.

—No, en realidad quería cancelar una —explico—. Se supone que el campo está reservado a mi nombre el día de hoy, pero yo nunca solicité tal cosa.

—¿Cómo se llama?

—Roxana Moya.

El señor empieza a rebuscar algo dentro de unas cajas que tiene a sus espaldas. Cuando se gira hacia mí nuevamente, sostiene unos papeles en sus manos.

—Según estos documentos, usted realizó la reserva hace más de un mes.

Frunzo mi ceño y le pido con un gesto que me entregue las hojas, lo cual hace. Barro con mis ojos la información escrita en ellas, dándome cuenta de que tiene razón.

—Pero... —alargo—. Quisiera un reembolso, por favor.

El señor me da una mirada que no podría ser considerada como amable.

—Me temo que eso no va a ser posible. Cualquier tipo de cancelación debe realizarse con al menos una semana de anticipación.

—¿Y qué se supone que haga ahora con un campo que no necesito? —inquiero con algo de mofa.

Premonición de amorWhere stories live. Discover now