Cap. 29: Estrellas brillantes

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«Yo maté a mi hermano».

Sus palabras se repiten una y otra vez dentro de mi cabeza, dejándome helada y provocando que un escalofrío me recorra todo el cuerpo.

—Isaac...

—Tenía solamente catorce años, joder —brama con cierta agonía—. Le arrebaté la vida a mi propio hermano.

No tardo un segundo más en abrazarlo.

—Shh. —Acaricio su cabello—. No digas eso.

Deja caer su cabeza sobre mi hombro.

—Es verdad —sostiene—. Si no hubiera sido tan inmaduro en aquel entonces, seguramente él aún estaría vivo. —Deja salir el aire con fuerza, y soy testigo de la forma en que su pecho y sus hombros tiemblan con esa acción—. Yo tenía diecisiete años. Era el último fin de semana antes de que mis amigos y yo entráramos a la universidad, así que uno de ellos organizó una gran fiesta final. —Esto último lo enuncia con mofa—. Mis padres no querían que yo fuera, no consideraban pertinente que saliera a emborracharme unos días antes de empezar mis estudios profesionales, pero... en aquel entonces no solía hacerles mucho caso. —Suelta otro suspiro de frustración—. Debí haberlos escuchado.

»Era un desastre en ese entonces. Salía demasiado y bebía aún más, algunas veces no llegaba a casa por las noches y ni siquiera me molestaba en avisarles a mis padres, me junté con personas que no fueron la mejor influencia... —Se pasa las manos por el rostro, apenado, para después dar paso a una débil sonrisa—. Ciro era completamente distinto a mí. Era un niño idealista y bueno, responsable y obediente. Él sí era un genio. Tenía una mente brillante para alguien de su edad, y encontraba fascinantes cosas que alguien más hubiera clasificado como triviales. —Se detiene un momento para adueñarse nuevamente del telescopio, apuntarlo hacia la Luna, y después mirar el artefacto con nostalgia—. Esta cosa le pertenecía a él, mis padres se lo regalaron en su doceavo cumpleaños. Ciro soñaba con ser astronauta, anhelaba con todo su corazón conocer la Luna algún día, y estoy seguro de que si yo... Si yo no hubiera sido tan egoísta... —Su voz se quiebra, obligándolo a parar.

Coloco una mano en su espalda y la acaricio con cariño, invitándolo de esta manera a continuar cuando se sienta listo.

Respira profundamente antes de seguir:

—En esos años yo aún surfeaba, inclusive estaba considerando dedicarme a eso profesionalmente... —Al percatarse de que se ha desviado un poco, sacude la cabeza—. Gran parte de ese verano la pasé dándole lecciones a Ciro. Todas las mañanas agarrábamos nuestras tablas, nos montábamos en el jeep y manejábamos por kilómetros hasta encontrar las mejores olas. Mis padres no estaban completamente de acuerdo con la idea, alegando que Ciro aún era muy joven para eso, pero supongo que era su forma de decir que no confiaban por completo en mí para cuidarlo.

»La noche de la fiesta discutí con mis padres antes de largarme de la casa dando un portazo. Me subí al auto con la intención de marcharme, pero antes de que pudiera hacerlo Ciro salió por la parte trasera de la vivienda y se paró a un lado de mi ventana para hablar conmigo. Me suplicó que no fuera, Roxana. Dijo que era el último día que iba a poder pasar tiempo conmigo y que quería aprovecharlo al máximo. ¿Y sabes qué hice yo? —inquiere retóricamente—. Le grité a mi hermano menor que regresara a la casa y no se metiera en mis asuntos.

Mantiene sus labios en una línea recta y noto sus puños apretarse a ambos lados de su cuerpo. Estiro una de mis manos hasta entrar en contacto con la suya, logrando que la tensión en sus músculos se disperse un poco.

Ninguno de los dos retira su mano después de eso.

—Mi madre me llamó horas más tarde para decirme que Ciro se había escapado de casa —prosigue, y una sonrisa irónica tira de sus labios—. Yo... Ni siquiera me molesté en volver con ellos en ese instante o en intentar tranquilizarla. Estaba muy borracho, pero ni siquiera eso sirve de excusa para lo que hice.

Premonición de amorWhere stories live. Discover now