Cap. 29: Desdichados de la barra

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Un par de golpes en la ventana bastaron para que me despertara de un brinco y mi cabeza se estrellara contra el techo del auto.

¿Qué demonios hago durmiendo en el auto?

Suelto un quejido de dolor llevando una de mis manos a la zona afectada y sentándome en mi lugar, o más bien en las piernas de Thiago.

De inmediato un dolor punzante se instala en mi cráneo, y estoy segura de que no tiene relación con el golpe que acabo de darme.

Cierro mis ojos con fuerza y presiono ambos lados de mi cabeza con las manos.

Con un pequeño gruñido, el cuerpo de Thiago se remueve debajo de mí, aún en posición horizontal y con los ojos cerrados.

Otra serie de golpes en el cristal me hacen sobresaltar y querer lanzarle un camión encima a la persona que los está ocasionando, hasta que volteo en dirección de la procedencia del sonido y me quedo estática.

Una mujer, enfundada en su traje de guardaparques, está afuera del vehículo observándome con cara de pocos amigos y recargando su linterna en la ventana; seguramente estaba golpeándola con ese objeto.

Mis ojos se abren exageradamente y tengo que hacer un esfuerzo excepcional para que mi boca no se abra de igual manera. Tratando de ser lo más disimulada posible, empiezo a darle pequeños golpes al costado de Thiago, tratando de hacerlo despertar y que me ayude a salvarnos de esta. Agradezco a los astros que mi novio no tenga el sueño pesado y que al sentir mi tacto, de inmediato abra los ojos para observarme con el ceño fruncido.

Discretamente, señalo con mis ojos a la policía que sigue con sus ojos clavados en nosotros.

Thiago hace una mueca sin haber visto a la señora aún, y se lleva una mano a su sien, masajeándola. Claramente mi seña pasó desapercibida.

—¿Por qué estamos despertando dentro del auto, y por qué parte de nuestras ropas están esparcidas en los tapetes? —cuestiona él, haciendo un esfuerzo por erguirse en su lugar.

Es en ese momento cuando noto que ni él ni yo traemos puestas nuestras respectivas camisas. Me sonrojo irremediablemente y trato de cubrir mi sostén con mis brazos.

—Creo que ese es el menor de nuestros problemas ahora mismo...

—¿A qué te refie...? —La oración queda suspendida cuando sus ojos se encuentran con los de la otra mujer.

—Mierda —soltamos los dos al unísono.

Trece horas antes...

Ingresamos al Sports Bar y de inmediato el sonido procedente de los parlantes en las paredes impacta contra nuestros oídos. El lugar está lleno a reventar, y fácilmente se localizan ambos bandos: los de color negro con azul eléctrico, apoyando a las Panteras de Carolina, en contra de los de color blanco con anaranjado, fanáticos de los Broncos de Denver.

Thiago toma mi mano y empieza a caminar por delante de mí, para abrirnos paso entre la gente. Logramos llegar hasta la barra donde, sorprendentemente, es el sitio con más lugares disponibles. Thiago recorre uno de esos bancos altos para que yo pueda tomar asiento, para después ocupar un lugar al lado mío.

Como siempre, mis ojos se disponen a recorrer el lugar. Cuando mi vista choca con la de alguien vestido con colores cálidos, me sonríe; mientras que si me tropiezo con alguien de colores fríos, fruncen el ceño. Es divertido lo que el fanatismo puede hacer a la gente.

Pero de cierta manera los entiendo, ya que hoy no nada más se disputará un partido cualquiera. No. Hoy se juega el Super Bowl, la gran final, el partido más esperado del año. Y por si fuera poco, es la edición número cincuenta. Además, se rumorea que este podría ser el último partido de Peyton Manning, el mariscal de campo de Denver.

Premonición de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora