Cap. 1: Bienvenida a Queensland

605 44 47
                                    

Thiago Reyes

—Cariño, el desayuno ya está lis... ¡Thiago Charbonneau! ¿Qué haces dormido aún? ¡Levántate ahora mismo! ¡Tienes universidad!

Abro un ojo y visualizo una silueta femenina bastante conocida para mí, sin embargo, vuelvo a cerrarlo y me reacomodo en mi cama hundiendo la cabeza aún más en la almohada.

—¿Estás ignorándome? Oh, no, jovencito, eso no lo permitiré. —La dueña de esa voz comete el atroz crimen de abrir las cortinas de mi habitación para que toda la luz brille en su máximo esplendor sobre mi cuerpo tumbado en la cama.

—¡Mamá! —me quejo—. Si no te molesta, estoy tratando de dormir por aquí —gruño aún sin dignarme a verla. Prefiero evitar su mirada de reproche el mayor tiempo posible.

—Pues sí me molesta —reprocha—. Es tu último día de clases antes de que inicien las vacaciones, ahí podrás dormir cuanto quieras, pero por ahora tienes que cumplir con tu asistencia. Venga, de pie que ya empezó el día. —Empieza a aplaudir y a resonar sus tacones en el piso.

—¡Es el último día! Ni siquiera vale la pena ir. —Me tallo los ojos con mis manos hechas puños—. Solo es el cierre de semestre, tampoco es la gran cosa. Anda, no me obligues a ir hoy.

—Te quiero abajo en ocho minutos, no me hagas repetirlo —decreta con voz firme para después dar media vuelta y abandonar mi cuarto.

Suelto un suspiro y vuelvo a abrazar mi almohada, hasta que un grito proveniente de la planta baja me hace volver a la realidad.

—¡Te quedan siete y aún no escucho la regadera!

Pongo mis ojos en blanco y con la mayor pereza del mundo me incorporo en la cama para terminar de despertarme.

A pesar de que la carrera que estudio es de mi agrado y tengo el privilegio de asistir en una buena universidad, realmente hoy no me siento con el ánimo suficiente para ir a las clases. Pero sabiendo que no me será posible faltar, me alisto lo más rápido que puedo y bajo las escaleras corriendo, para terminar brincando los últimos tres escalones como de costumbre.

Mi madre se encuentra sentada en la mesa mientras mi padre sirve las tazas de café. Ella, al percatarse de mi presencia, sonríe triunfante.

—Supongo que mis métodos de persuasión sí son efectivos —canturrea.

—Si a métodos de persuasión le llamas perseguirme por toda la casa con un zapato en mano para que asista a la universidad, sí, te ha funcionado bastante bien los últimos años de mi vida —respondo con sarcasmo.

—Buenos días para ti también, hijo —saluda mi padre, tratando de mantener la paz en esta casa como de costumbre.

—Hola, papá. —Añado un movimiento de mano al saludo.

—Déjame adivinar, ¿abrió las cortinas de un momento a otro? —pregunta divertido.

—Eso mismo —afirmo señalándolo con un trozo de tocino antes de llevarlo a mi boca.

Siempre ha sido así. Mi madre algo histérica tratando de tener todo bajo control, yo provocando algún desorden para frustrar sus planes y mi padre siendo la balanza para que no se arme la tercera guerra mundial en esta casa.

Tengo que confesar que a veces no entiendo cómo mi madre sobrevive sin que le estalle la cabeza; ser la única mujer en la casa y que tu único hijo sea un poco pesado no debe de ser muy fácil. Realmente la admiro.

Y mi padre siempre ha sido así: justo, calmado y bromista de vez en cuando. Sin duda el perfecto equilibrio.

—Te informo que interrumpiste uno de los mejores sueños que he tenido en mucho tiempo —le reprocho a mi progenitora—. Espero que quede en tu conciencia, madre.

Premonición de amorحيث تعيش القصص. اكتشف الآن