Cap. 21: Comprador navideño compulsivo

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—¡Mira que bonito se ve el pino! ¡Y las luces! ¡Y las botitas colgando! ¡Y la casita de jengibre!

Parece que los papeles se invirtieron el día de hoy, ya que mi querido novio es quien luce como un niño pequeño saltando de un lado a otro y señalando los adornos decorativos del centro comercial.

Cuando mencionó que su festividad favorita era la navidad, no creí que fuera tan en serio. Desde que empezó el último mes del año no ha dejado de hablar de ello, nunca lo había visto tan emocionado. Inclusive trae puesto un suéter rojo de lana con un reno gigante en el centro, llamando la atención de las personas a nuestro alrededor.

Al parecer él no se percata de las miradas curiosas que nos da la gente, y si lo hace no le da importancia. Yo tampoco me avergüenzo ni un poco. ¿Por qué debería? Es lindo no perder ese espíritu navideño aunque pasen los años, y me pone feliz verlo tan sonriente.

—¡Mira! ¡Allá está la pista! —exclama señalando más allá de unas puertas automáticas de vidrio, donde se alcanza a ver una gran pista de hielo.

Sin darme siquiera tiempo de contestar, intensifica el agarre de mi mano y me jala entre la multitud. El centro comercial está hecho un caos, lleno de gente haciendo las últimas compras del año; pero eso no es un impedimento para que salga corriendo en dirección contraria del resto.

Atravesamos a paso rápido las puertas de cristal, y Thiago acelera el paso hasta plantarse frente al mostrador de calzado. Una chica con gorro y orejas de elfo está sentada del otro lado de la barra usando su celular. Cuando se percata de nuestra presencia, lo apaga y sonríe. Abre la boca para hablar; sin embargo, alguien se le adelanta antes de que pueda emitir algún sonido.

—¡Hola! ¿Me puedes dar dos pares de patines? Uno del cinco y medio  y otro del nueve, por favor. —Thiago sonríe mostrando sus dientes.

La chica frunce su entrecejo observándonos con extrañeza para después, sin mucha confianza, decir:

—Eh, claro.

Se da media vuelta para buscar nuestros patines, después regresa con ellos en mano, nos pide registrarnos en una libreta y Thiago le entrega el dinero por la renta.

Nos dirigimos a una banquita de madera para sentarnos y cambiar nuestros zapatos. Una vez que termino de desabrochar las agujetas de mis tenis, Thiago coge mis patines y se arrodilla frente a mí. Lo observo extrañada, pero después toma uno de mis pies y empieza a calzarlo nuevamente. Giro los ojos, pero no puedo evitar sonreír.

—Sabes que pude haberlo hecho yo, ¿cierto? —le cuestiono con diversión una vez que ya tengo ambos patines puestos.

Shhh. —Se levanta y besa rápidamente mis labios—. Déjame ser un caballero, Rox.

Vuelvo a poner mis ojos en blanco para después reír y esperar a que él termine con lo suyo. Me pongo de pie con cuidado de no caer y me estabilizo. Una vez que él también está listo, ambos avanzamos con cuidado hasta adentrarnos en la pista.

—Es injusto que tú seas muy bueno en esto y que yo me ande cayendo a cada rato, ¡ya van diez veces que termino en el hielo! —me quejo.

—Sin contar las otras cinco veces que te he agarrado antes de que caigas —molesta él.

—Gracias por el consuelo —respondo sarcásticamente cruzándome de brazos, deteniéndome un momento.

Él suspira y se planta frente a mí.

—Vale, lo siento. Vamos. —Toma mi mano y me intenta jalar para avanzar, a lo que yo pongo resistencia.

Error.

Premonición de amorWhere stories live. Discover now