Cap. 31: Convertido en arcoíris

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—¡Vamos, llevamos diez minutos escondidos! —grito oculta detrás de una hilera de barriles.

Thiago y yo decidimos pasar la tarde jugando paintball a pesar de sus inútiles intentos por salvarse de la actividad bajo la excusa de que no es bueno en ella. Después de ofrecerme a curar sus hematomas en caso de provocárselos, ha terminado por ceder a mi petición.

Empezamos con una pequeña partida de captura la bandera para entrar en calor, y como solamente éramos nosotros dos en el campo, acordamos que el número de disparos que podría recibir el contrincante era ilimitado; el dolor en mi espalda me indica su desacuerdo con esta regla. En fin, yo impacté más bolas de pintura contra él, pero Thiago fue quien logró tomar mi bandera y llevarla hasta su propio territorio, ganando así el juego.

Después de eso, y como claramente yo no me iba a ir de aquí sin haber ganado algo, pactamos jugar una ronda tradicional: el primero en ser eliminado sería el perdedor. Así que apenas fue nuestro turno de adentrarnos en el campo, cada uno se colocó en un extremo diferente. Y, como bien acabo de decir, ninguno de los dos se ha atrevido a atacar al otro, simplemente nos hemos dedicado a desplazarnos cada cierto tiempo, asechándonos.

—¡Estás mal si crees que saldré a que me conviertas en un arcoíris! —responde desde algún punto del lugar.

Ruedo mis ojos inevitablemente, aunque él no pueda verme.

Asomo unos centímetros mi cabeza por un lado del último barril de la izquierda, buscando alguna pista de su paradero.

—¡No tenemos todo el día!

—¡Lo dice la que tampoco se ha atrevido a salir!

—¡¿Acaso me estás retando?!

—¡Tómalo como quieras, Rox!

Me levanto un poco de mi lugar, ya que me encontraba en cuclillas, y recargo la pistola cargada con bolas de pintura sobre uno de los cilindros, mirando hacia el frente. Recorro con la vista el otro extremo del campo, deteniéndome en los lugares donde supongo podría estar escondido, tratando de visualizar algún movimiento. No capto nada.

—Al diablo —murmuro para mí misma antes de empezar a soltar una ráfaga de disparos contra las diversas estructuras del otro lado.

Lo escucho maldecir cuando los disparos empiezan a sonar, pero aún no hay rastro visual de él.

Ceso mis tiros al no obtener el resultado que esperaba. Bajo el arma nuevamente y me agacho en mi posición inicial, buscando mi próximo escondite al que pueda escabullirme para acercarme al otro hemisferio del campo.

Justo cuando doy la primera pisada con la intención de correr para posicionarme detrás de un viejo auto oxidado, el sonido de varias bolas de pintura estrellándose contra distintos objetos me hacen frenar en seco. Recojo mi pie para que quede dentro de la seguridad que me brindan los barriles, esperando a que el sonido se detenga; pero no lo hace.

Aprovechando la oportunidad, me coloco pecho tierra y empuño el arma hacia donde mi oído me indica que vienen los disparos. Expongo un poco mi cabeza, tratando de localizar a Thiago sin ponerme en riesgo.

—Bingo —exclamo en un susurro cuando lo veo arrodillado a un lado de una pila de neumáticos.

Coloco mi dedo sobre el gatillo, asegurándome de que el seguro del arma está retirado, y enfoco la punta de la marcadora hacia su cuerpo. Al paso de los segundos, voy haciendo presión con mi dedo de a poco, hasta que emito el disparo.

—Mierda —gruño al darme cuenta de que he errado el tiro, desviándolo unos centímetros hasta que la pintura naranja se estrelló contra uno de los neumáticos, manchándolo.

Premonición de amorWhere stories live. Discover now