Cap. 16: Única excepción

943 98 71
                                    

—Dios, Thiago, no creo poder más —menciono en un jadeo.

—Oh, vamos, Rox. —Gruñe—. Apenas estamos empezando.

—Sí, pero tenía mucho tiempo sin hacerlo. —Remuevo con mis dedos una ligera capa de sudor que se empezaba a formar en mi frente—. Mis piernas me están matando.

—Anda, solo unas cuantas rondas más —negocía, soltando el aire pesadamente.

—No, me rindo. —Dejo de pedalear en la bicicleta estática del gimnasio mientras él sigue trotando en la caminadora.

—Chaparra, llevamos diez minutos apenas —acota riendo.

—No es mi culpa haber perdido mi condición estos meses, ¿vale? —me excuso en lo que intento recuperar el aliento.

—De hecho, sí lo es. —Lo miro de mala manera , por lo que alza ambos brazos en son de paz—. Yo solo decía.

—¿Me recuerdas qué demonios hacemos aquí y de quién fue la brillante idea? —pido con sarcasmo.

—De hecho, fue tuya, y me pediste que te motivara porque seguramente al llegar no querrías hacer nada, así que a darle. —Suelta unos aplausos al aire y aumenta la velocidad de su aparato.

Bufo, pero sabiendo que tiene razón, tomo unos tragos de agua y me dispongo a pedalear nuevamente.

Ya han pasado unos veinte minutos cuando Thiago decide apagar la caminadora para empezar a hacer algo de fuerza con las pesas.

Uh, esto ya se está poniendo interesante.

Agradezco que la bicicleta tenga vista hacia el centro del gimnasio y que así pueda quedar de frente a él, y también que seamos las únicas personas que decidieron levantarse temprano el día de hoy para ejercitarse, ya que el lugar está solo para nosotros. Asimismo, el hecho de que mi novio lleve puesta una camiseta deportiva color blanco sin mangas, ayuda un poco a mi buen humor.

Sí, definitivamente hay muchas cosas que agradecer esta mañana.

Sin más, el susodicho comienza a cargar peso, haciendo que los músculos de sus brazos y hombros se contraigan y aumenten su volumen, deleitando mis ojos, mientras trato de concentrar la parte funcional de mi cerebro en seguir moviendo mis pies en círculos. Pero, vamos, ¿con una vista así quién podría concentrarse?

—Si sigues desnudándome con la mirada, voy a pescar un resfriado por tu culpa —me acusa viéndome juguetonamente por encima de su hombro a la vez que continúa haciendo su ejercicio.

—¿Pero qué dices? —Me hago la loca—. Si yo estoy aquí concentrada en lo mío. —Señalo la bicicleta con mis manos y sonrío exageradamente.

—Rox, dejaste de pedalear hace unos tres minutos y tienes un hilo de baba cayendo de tu boca. —Ahora sí suelta una sonora carcajada y deja a un lado las pesas que estaba cargando para reírse a gusto.

Bajo mi mirada hacia mis pies para confirmar que, efectivamente, estos ya no se encuentran en movimiento. Rápidamente paso una mano por mis labios, dándome cuenta de que lo segundo que dijo fue mentira.

—Muy chistoso —comento sarcásticamente. Me cruzo de brazos y ladeo la cabeza—. ¿Cómo quieres que me concentre así? No es justo.

—¿Ahora ya no puedo hacer ejercicio delante tuyo porque te distraigo? —inquiere con burla.

—Solamente estaba observando la flexión de tus músculos como un ejemplo para mi clase de anatomía.

—No tienes clase de anatomía. ¡Ni siquiera vas a la escuela!

Premonición de amorWhere stories live. Discover now