Extra IV

400 38 3
                                    

Thiago Reyes

No puedo decir quién de los dos está más emocionado desde que nos subimos al avión que nos llevaría a la isla Hamilton hasta que finalmente tenemos la llave de la suite nupcial en el hotel que conocemos tan bien.

—No puedo creer que estemos aquí otra ve... ¡Woah! —Lo que fuera que estuviera comentando mi esposa se ve interrumpido cuando coloco una mano en la parte posterior de sus rodillas y la otra alrededor de su cintura, elevándola del suelo y provocando que rodee mi cuello con sus brazos—. ¡Thiago! —chilla—. ¿Qué haces?

Suelto una risa por lo bajo y me encojo de hombros.

—Se supone que esto traerá buena suerte para nuestro matrimonio, ¿no?

Rox sonríe y rueda los ojos a la vez.

—No seas supersticioso.

—Shh. —Deposito un beso en sus labios—. Déjate querer.

Eso basta para que se quede callada en el trayecto que recorremos de la recepción a la suite nupcial. Me las arreglo para meternos en la habitación aún con ella en brazos y cierro la puerta con una patada no muy delicada. Permito que los pies de Roxana toquen el suelo nuevamente cuando noto que se inquieta por querer bajar y verlo todo.

El lugar es ridículamente grande: dormitorio, cuarto de baño, sala de estar, terraza y piscina privada. La cama, además de una vista al mar despampanante, tiene un par de cisnes formando un corazón hechos con toallas y el edredón tiene escrito la palabra «Honeymoon» con lo que parecen ser tallos de flores. Es una pena saber que no durará más de unos minut...

—Esto es precioso —exclama mi mujer, cortando el hielo de mis pensamientos—. Lo han decorado todo —continúa mientras se pasea por la habitación—. Incluso nos han dejado una botella de champán y... ¡Oh, Dios! ¡Ven a ver esto!

Me acerco hasta ella, que está asomándose en la puerta del cuarto del baño, y la rodeo desde atrás, apoyando mi barbilla en el hueco de su hombro.

Lo que le ha hecho pegar semejante grito es la bañera de hidromasaje doble, decorada con pétalos rojos y velas encendidas. Ah, claro, y también la imagen panorámica del mar de coral que se aprecia a través del enorme ventanal.

Suelta un suspiro y echa la cabeza para atrás.

—Dime que esto no es precioso.

—No es precioso —obedezco con burla, ocasionando que me ponga mala cara.

—Vale, en ese caso, creo que puedo disfrutar yo sola de la tina —enfatiza el «sola», provocándome.

Intenta dar unos pasos, pero afianzo mis brazos alrededor de su cintura, pegándola a mi cuerpo. Roxana suelta el aire debido al movimiento brusco, que termina convirtiéndose en algo parecido a un jadeo. Acerco mis labios a su oreja, rozándola, antes de susurrar:

—Estás equivocada si crees que te dejaré meterte ahí sin mí, chaparra. —La escucho tragar con esfuerzo—. Pero, primero, ¿qué opinas si abrimos esa botella de champán que nos han dejado por ahí y brindamos por nosotros?

Asiente ligeramente con la cabeza.

—Está bien —musita.

—Bien. —Beso su hombro, dejando mis labios presionados sobre su piel más tiempo del que es necesario, antes de dejarla ir.

Me aproximo hasta la cubeta que contiene la botella de vino espumoso y sujeto las dos copas que han dejado en la mesa. Una vez que están llenas, le extiendo una a mi esposa, quien me agradece en voz baja y con una sonrisa.

Premonición de amorWhere stories live. Discover now