Nostalgia

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Azra cerró el navegador después de terminar de leer la entrevista a Can. No importaba que hubieran pasado 7 años desde el fin de su relación con Can y, de paso, con la familia Vural, no importaba que él hubiera seguido con su vida, que se hubiera vuelto a casar, aunque su matrimonio con una famosa modelo hubiera durado apenas un año, no importaba que ella ahora fuera una oscura y anónima maestra en una humilde escuela de Estambul, no importaba que Kerem hubiera salido de la cárcel hace tres años y ahora viviera en Esmirna y tampoco importaba cuánto hubiera tratado ella de dar vuelta la página. Nada de eso tenía importancia, porque cuando las nubes grises de la nostalgia cubrían su espíritu, siempre se encontraba a sí misma buscando el nombre de Can Vural en la web.

Él ya estaba muy cerca de los 40 años. Ella ya había llegado a los 30. Eran dos personas que habían dejado la juventud atrás. Al menos ella se sentía como si tuviera el alma envejecida. Sus malas ideas habían traído la ruina sobre la vida de muchas personas y no importaba cuánto se repitiera a sí misma que la verdad había expiado sus culpas, que se había negado a tomar una felicidad que se ofrecía en bandeja ante sus ojos porque sabía que no era digna de ella. La muerte de Orhan le habría granjeado un pase para liberarse de sus mentiras. Ya no había amenazas afuera. Nadie más que Kerem, quien nunca la traicionaría, podría haber contado la verdad. La muerte de Orhan le hubiera permitido vivir junto a Can, como una mujer rica y amada. El sueño de toda su vida. Pero sabía que no lo habría soportado. La sonrisa franca de Can y su genuino amor por ella la habían cambiado. Desde que se dio cuenta de lo afortunada que era de tener su amor, desde que descubrió que era la causa de la alegría de ese hombre, nunca más pudo volver a ser la mujer calculadora, egoísta y fría que había sido antes.

Prefería vivir esa vida anodina y gris lejos de él. Esa vida oscura y privada de la presencia física de Can era lo que merecía por la muerte de Şebnem y por la miseria que había traído a la vida de Kerem, del propio Can y de Neslihan, su implacable exsuegra.

En la entrevista Can lucía elegante y sobrio. Desde que había asumido la presidencia del Holding Vural, hacía 7 años, se había transformado totalmente. Ya no era descrito por la prensa como el heredero seductor, o el irresponsablemente encantador sucesor de las empresas de la familia. Ahora era un hombre serio, disciplinado, que hacía noticia por sus éxitos empresariales y muy rara vez por sus aventurillas. Neslihan, abatida por la muerte de Şebnem, había renunciado a la presidencia del Holding y un Can de luto, taciturno y serio había asumido el control del negocio. Cinco años después de su divorcio, se había casado con una famosa modelo turca, pero el matrimonio sólo había durado un año. Si bien había pasado tiempo desde su separación, la noticia no pudo menos que ahondar la añoranza que Azra sentía. Por varios días la habían invadido la pena, la rabia y los celos, pero pronto comprendió que no tenía derecho a nada de eso. Ella casi había acabado con la vida de esa familia y no tenía derecho a esas emociones, así que cuando fue capaz de sobreponerse, al menos a la rabia y los celos, deseó de todo corazón que esa mujer pudiera curar las heridas que ella había dejado en el alma de Can. Sin embargo, el matrimonio había acabado tan rápido como se había producido. Al cabo de seis meses había salido en los medios la noticia de su separación y casi al cumplirse el año de la boda, el divorcio había sido decretado por un tribunal.

Su vida era una interminable serie de días iguales. Se levantaba al alba y no volvía a su casa hasta bien entrada la noche, para no tener que hablar con su madre. El infierno que había significado su divorcio había terminado por agriar, todavía más, la difícil relación que siempre sostuvo con Müzeyyen Özak.

Hacía clases en una humilde escuela de Tarlabaşı, uno de los barrios más pobres y peligrosos de Estambul. Cualquiera que la hubiera conocido en su época de maestra de tenis en el club más prestigioso de la ciudad se hubiera reído de su actual situación, pero las horas que invertía enseñando hábitos de vida saludable a esos pequeños eran las únicas de su vida que no le parecían una total y absoluta pérdida de tiempo y constituían el escaso tiempo en que consideraba que su vida tenía algo de sentido.

La redención de AzraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora