Acuerdos privados

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La primera sensación extraña fue la de despertar desnuda. ¿Por qué no se habría puesto la pijama? ¿Por qué la pintura del techo era de un suave color pastel y no la carcomida pintura blanca de su cuarto? El pánico se apoderó de ella por una fracción de segundos, hasta que lo recordó todo. No, no había sido un sueño.

Se incorporó en la cama, que estaba vacía, cubriéndose con la sábana. A través de las gruesas cortinas se filtraba un potente rayo de sol. Miró hacia la sala contigua, por la que la luz del día entraba a raudales. ¡La mañana ya estaba muy avanzada! Cautelosamente se puso de pie, se envolvió en la sábana y se asomó sigilosamente a la sala contigua.

Can, de espaldas, tomaba un café mientras leía un periódico. La mesa estaba servida con un suculento desayuno y a Azra el olor de la comida le abrió el apetito.

Can debió oír el ruido que ella hizo porque sin girarse a mirarla, le dijo:

- Buenos días, dormilona.

Entonces Azra se acercó lentamente y él, ahora sí, se dio vuelta a mirarla.

- No me mires, debo estar espantosa – suplicó ella.

Can pensó que lejos de estar espantosa, estaba espléndida, aunque fuera envuelta en esa sábana arrugada. Pero no dijo nada de eso. En vez de responder, sólo se rio y su sonrisa hizo que un par de mariposas volaran desde el pecho de Azra. La sonrisa de Can era una de las cosas que más amaba de él, sobre todo cuando era tan genuina como la de ese momento.

- No te rías de mí – señaló con una fingida indignación.

- No me río de ti, me río de tus ideas. Para tu información, no te ves espantosa, pero si lo prefieres, puedes vestirte y acompañarme a tomar desayuno. Creo que los huevos ya se enfriaron, pero hay fruta y algunas otras cosas que todavía deben estar deliciosas.

- Está bien – respondió entusiasmada.

Buscó su ropa, que había quedado repartida por toda la habitación y se metió rauda al baño para darse una ducha rápida.

Su imagen, luego de vestirse, le pareció de lo más triste. El vestido estaba arrugado y ella lucía como un gato mojado. Procuró acomodar su cabello tanto como pudo e incluso se pellizcó las mejillas para lucir un poco menos pálida. El resultado no la convenció, pero de todos modos estaba un tanto inquieta por las explicaciones que tendría que dar en su casa. Nunca, en los últimos siete años, había dormido fuera de casa, salvo en las dos ocasiones que viajó a Bélgica a visitar a Melis.

- No recuerdo cuando fue la última vez que dormí hasta tan tarde – señaló Azra mirando su móvil, que le indicaba que eran las 9:30 de la mañana.

- ¿Tarde? Azra es domingo... No es día para madrugar.

- Lo sé, pero es que estoy tan acostumbrada a despertar todos los días a las 6:30 para llegar a clases a tiempo. Creo que mi reloj biológico ya está ajustado para ver el amanecer – agregó antes de degustar los jugosos trozos de una manzana.

- ¿Quieres café?

- Oh sí, por favor.

Mientras Can hacía funcionar la cafetera, Azra avisó a su hermana que estaba bien y que pronto iría a casa.

- ¿Todo bien? – preguntó Can mientras le extendía la taza de café.

- Sí, es sólo que le avisaba a mi hermana que estaba bien.

- ¿Estaba preocupada?

- Sí... No duermo nunca fuera de casa – señaló algo avergonzada por la confesión. No sabía si eso la hacía parecer una perdedora o una santurrona ante los ojos de Can y no quería que la viera de ninguno de los dos modos. Aunque, pensándolo bien, él no podría verla como santurrona después de la nochecita que habían compartido.

La redención de Azraحيث تعيش القصص. اكتشف الآن