Capítulo 13. Círculo roto

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Quisiera decir que ese sábado descansaría de la semana agotadora que me había llevado

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Quisiera decir que ese sábado descansaría de la semana agotadora que me había llevado. Más, no era así. La primera semana de universidad fue bastante intensa y aburrida, todo era de la habitación al salón de clases y viceversa, escuchar por horas a los maestros hablar de sus asignaturas para dejar un montón de tareas no era fácil, estudiar para las clases, estar preparado para todo, tener listo los deberes, cumplir con los objetivos, alcanzar los estándares superiores del aula, dar una buena impresión desde el primer momento. Todo era bastante agotador.

Amaya seguía siéndonos de bastante ayuda cada vez que nos la encontramos, pero parecía no ser suficiente. El lapso de cinco días había acabado y por suerte el fin de semana era libre para lo que quisiéramos o para hacer cosas extracurriculares. Y Karter ya tenía planes con esto último.

Sábado, ocho de la mañana.

Dormía profundamente en mi cama, había despertado por la luz que colaba por la ventana y solo cubrí mi cara con las sábanas para seguir en mis sueños. Pero eso no sería posible. Cuando tienes un hermano es posible que sea algo molesto e incómodo de tratar, cuando tenías un mellizo, esto se multiplicaba por dos.

Un bocinazo sonó de repente cerca de mi cara y me hizo enredarme en las sábanas por el susto, buscando el origen de tan inesperado sonido, pero solo trabándome en el intento de sacar la cabeza por alguna abertura que hubiese en la tela. Terminando por encontrar la orilla de la cara y caer de cara en el piso, justo cuando ya había podido resolver el conflicto de tela.

La carcajada masculina de mi hermano me desconcertó, mi mejilla dolía por impacto a pesar de ser menos fuerte de lo que pensaba, me senté para levantar la mirada y percatarme de que ya Karter se encontraba correctamente vestido con unos jeans azules por debajo de una camiseta de líneas rojas que le ajustaba a su cuerpo. Unos tenis cerrados de color negro estaban frente a mí.

Nuestras miradas conectaron, él mostró un megáfono pequeño con una sonrisa divertida, yo entrecerré los ojos molesta y con una mueca de pocos amigos.

Me levanté del piso apoyándome de la cama a la vez que tomaba las sábanas y él puso el altavoz en su boca para que este soltara un ruido estático que indicaba que estaba encendido.

—¡Buenos días, hermanita!

Mis oídos parecían querer correr ante tan estruendosa voz amplificada por el aparato en toda la habitación, puse mis manos para cubrir mis orejas de manera fuerte.

—Maldita sea Karter, apaga esa mierda.

—¿Lista para un gran día hoy? —me ignoró—. ¡Porque yo sí lo estoy!

—Son las ocho de la mañana, ¡Por amor a Dios!

Él repitió lo mismo que había dicho, con un tono más agudo y burlesco. Yo le lancé una mirada disgustada mientras me sentaba en la litera aun con el sueño colgando.

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