Capítulo 24. Trueque de secretos

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Apreté el lapicero en mi mano mientras temblaba casi de impotencia

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Apreté el lapicero en mi mano mientras temblaba casi de impotencia. No, era imposible que ella supiera eso, ¿cómo pudo saberlo? No se lo conté a nadie, solo mamá lo sabía, ni siquiera mi padre. Su sonrisa se hizo algo torcida y sus ojos se mantuvieron fijos en mí, no sabía por qué, pero el miedo mi invadió cuando me observó de esa manera.

—Así como te preguntas que yo sé de las pastillas, también me pregunto cómo supiste lo de Karter conmigo.

¿Y era tan descarada de admitirlo cuando había tanta gente alrededor? ¿No se suponía que era perfecta hasta en su personalidad? Entonces, ¿cómo podía ser tan podrida como para andar con dos a la vez?

—Mi madre siempre dice que el fruncir el ceño de esa manera te sacará arrugas, Kylee, debes sonreír más.

Tensé la quijada presionando con el pulgar el lapicero en mi mano, sintiendo como este se quebraba.

—¿Qué quieres de mí? —le cuestioné casi en un murmullo.

—Tú sabes algo que no debes saber, yo sé algo que no debo saber. ¿Qué dices si mejor...? ¿Lo olvidamos?

—¿Eso es todo? ¿Olvidar?

—Yo olvidaré que te medicas, tú olvidarás que ando con tu hermano.

—¿Cómo puedes sonreír de esa manera y hablar como si no estuvieras jugando con mi hermano? —me armé de valor—. ¿Crees que me quedaré de brazos cruzados, solo porque que usaste una amenaza?

—La decisión es tuya Kylee, a Karter parece no molestarle en absoluto el ser segundo.

Se levantó de la mesa seguida de su hermano para quedar a unos centímetros de mí, yo volteé la cara y ella acercó sus labios a mi oído para musitar.

—Tampoco le molesta que gima su nombre cuando estoy encima.

Partí el lapicero al instante.

Ellos se alejaron como si no pasó nada, Maxwell me dio una última sonrisa ladina y, entonces, recordé sus palabras.

«No te confíes, puedo quitarte esa pequeña sonrisa si se me pega la gana».

Su voz retumbó en mi cabeza, sabía que algo estaba mal. Creía estar al tanto de lo que ellos podían ser capaces, que esa oscuridad en sus ojos solo era por el vacío en su interior al intentar encajar en los estándares perfectos de todos. Pero me di cuenta tarde que esa oscuridad venía de más allá, ese vacío solo fue una fachada para distraer a terceros de su verdadera naturaleza.

Ellos no eran solo los mejores de ciudad, era como dijo Amaya: Ellos eran los mejores del mundo. De su mundo.

Tomé todas mis cosas y me dirigí a la universidad sin mirar atrás. Sabía que debía proteger a mi hermano a toda costa, el ser juguete de otros no era parte de nosotros, el simplemente ser juguete no era algo que ni debíamos considerar. Nuestros padres siempre nos enseñaron la doctrina, la moral y el civismo correcto ante la sociedad, eso incluía el ser transparentes por dentro y por fuera, por algo estábamos en esa universidad, estudiamos para ser alguien, no para hacer estupideces.

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