CapÍtulo 10: cumpleaños parte 2

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ATENEA

—Tienes que entender que es una pelota más liviana que un pájaro bebé—susurró en mi oído y se pegó más a mí. Yo tragué saliva.— Así que, cuando la tires, lo tienes que hacer con fuerza, justo la suficiente para que caiga en el blanco.

Levantó un poco más mi brazo y su cara se puso muy pegada a la mía. Traté de escucharlo, pero estábamos tan pero tan cerca que no me podía concentrar. Sentía su pecho subiendo y bajando en mi espalda y su respiración en mi oído. Y dios, su perfume...

Movió un poco la mano y a la cuenta de tres soltamos la pelotita.

—Bingo—murmuró en mi oído.

Efectivamente, la pelota había entrado.

No sabía cómo mis tacones seguían sosteniéndome, porque mis piernas eran algo así como gelatinas. Suponía que estar borracha ayudaba mucho a esto.

Cameron se despegó de mí, llevándose el calor corporal que emanaba. Quise lanzar un suspiro de decepción, pero mi dignidad no me dejó.

—Si no lo agarras ya, creo que les haré una denuncia a ambos—Amber me susurró mientras mirábamos a Cameron alejarse.—Realmente creo que quedé embarazada luego de verlos hacer eso.

Reí.

—Creo que yo también.

Mordí mi labio y miré su espalda, que cada vez se hacía más borrosa, porque no había muchas luces afuera.

—Atenea—Amber me dio un leve empujoncito—ve. El chico no me cae bien, por todo lo que me contaste, pero un buen polvo no se le niega a nadie. Tu solo asegúrate de que no abra la boca, y listo.

La miré, indecisa.

No tenía miedo de ir. Para nada. Diablos, si hasta me había quedado desnuda en su lavadero. Lo que me daba miedo era decir cosas de más, porque en el estado en el que estaba, podría llegar a confesarle todo. Y eso no podía pasar.

Tomé aire y me mentalicé para que, si se me estaba a punto de escapar algo, automáticamente piense en el proyecto que estábamos haciendo juntos, del cual no podía escapar. Tenía que estar con él durante seis meses. Y no quería hacerlo mientras me sentía incómoda.

Bien. Podía con ello.

Le sonreí a Amber y asentí con la cabeza.

—Espero que la próxima vez que te vea sea con el lazo de mi top mal hecho—le dije, y comencé a caminar hacia él.

Tropecé al tercer paso y no me caí porque tenía muy buenos reflejos. Soltando una maldición, procedí a sacarme los zapatos. Había sido una muy mala idea usarlos en el jardín. Se me clavaban en la tierra cada dos por tres.

Cuando estuve descalza, los tomé y medio que corrí hacia Cameron, que ya había ingresado en la casa. Cuando llegué a la puerta, lo perdí por completo de vista.

Maldije y comencé a rodear a las personas para poder ingresar en la cocina para guardar los zapatos en un armario. Me daba mucha pereza llevarlos a mi habitación. Encontré un armario abierto en a la altura de mis rodillas, así que me senté en el piso y procedí a guardarlos.

—¿Esos eran zapatos? ¿O ya tomé demasiado vodka?

Luc apareció en frente mío y le sonreí desde el piso.

—Sí, eran zapatos. Unos muy incómodos.

Rio y se agachó junto a mí.

—O sea, que decidiste que te los vas a comer—respondió y levantó una ceja.

Miradas cruzadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora