〘Capítulo 27〙

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Hoy es lunes y vuelvo al instituto. Nunca pensé decir esto pero, extrañaba el instituto.

Estoy caminando por la calle mientras observo las casas del vecindario, anotando mentalmente las cosas que me gustan e imaginando cómo sería mi casa en el futuro. Esas son las pequeñas cosas que hago cuando me detengo a observar a mi alrededor, claramente presa del aburrimiento de no tener mi móvil.

Llego temprano, con diez minutos a favor y lo cuento como si eso fuera un acontecimiento asombroso cuyos efectos amenaza con destruir la estabilidad del espacio tiempo. Siento que a partir de mi llegada temprano al instituto se pone en marcha la teoría del caos.

Así de dramática, para variar.

Llego al instituto un par de minutos después, y froto mis manos en mi falda tableada. Tengo una ampolla seca en la palma de mi mano, cerca del nacimiento de mis dedos de haber agarrado mal la empuñadura de las tijeras para cortar los arbustos.

Andrés Morrigan me puso a arreglar el jardín a las seis de la mañana cuando apenas si el sol se asomaba en el horizonte. Con un ojo medio pegado por el sueño me dediqué a podar en silencio, levantar el césped y los arbustos. Pintar las vallas también me costó buen tiempo, tanto que llamé la curiosidad de los vecinos.

Yo pensaba que eso me servía de algo, haciendo alusión a Karate Kid cuando Daniel barnizaba la cerca. Al menos me pude entretener con mi tonta imaginación, la cual fue mi aliada para sobrevivir en el sufrimiento de no tener móvil ni conexión de wifi.

Mi abuela Mariane no notó que no hubo wifi en todo el fin de semana, ya que ella no trabaja en esos días. También le llamó la atención el hecho de verme arreglar el jardín, así que confirmé que ella no sabía que me había escapado, y le agredecí a mi abuelo por no decirlo aunque estoy enojada con él por su grado de hipocresía.

Me castiga por mentirle e irme a una fiesta, pero él en ningún momento me dijo que hay aguas turbias en lo que respecta a su persona.

Me siento un tanto traicionada, porque él es mi mejor amigo, pero aún así estoy comprobando que no confía en mí tanto como dice.

Cuando terminé con mis labores era la tarde del domingo, es decir, ayer, y solo volví a mi habitación y me acosté a dormir, pensando que tal vez Magnolia se iba a molestar ya que no hablamos en las tardes ni la llamé para ver cómo iba su vida.

Tengo que buscar la forma de decirle que estoy bien, y para eso necesito que Alex me preste su móvil.

Hablando de ella, no la veo desde la fiesta.

Camino por los pasillos del instituto y veo la oficina de Larry con la puerta abierta, el hombre está con sus auriculares puestos, de espaldas a la mesa mientras se menea ligeramente, golpeando el suelo con su pie enfundado en un zapato de vestir marrón roído por el uso.

Sonrio con gracia cuando lo veo menear la cabeza al son de la música que escucha. Se avergonzaría si supiera que alguien lo ve bailando de ese modo. Meneo la cabeza y sigo de largo, notando que la oficina del director tiene la luz encendida.

Mi primer clase del día es filosofía, mi materia preferida. Nótese el sarcasmo.

Camino hacia el salón de clases cruzándome a muchas personas en el camino, y doblo a la derecha en un pasillo cuando de repente oigo que alguien grita mi nombre.

—¡Gigi! —oigo una voz femenina y entonces me volteo, siguiendo el sonido hasta llegar a un par de ojos marrones tras unas gafas.

Alex viene caminando en la otra punta del pasillo, y me saluda con la mano. Acto seguido, trota para acortar los escasos metros que nos separaban y me abraza.

El Juego de HadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora