〘Capítulo 40〙

47.2K 3.6K 3.1K
                                    

Samuel se congela en su lugar, y me mira. Ver sus ojos inyectados en sangre por las hemorragias me hace compadecerme de él. Realmente una parte de mí esperaba que él salga sin cuestionarse nada de lo que había pasado y cómo yo había llegado hasta allí, en un galpón abandonado en el medio de la nada para salvarlo, pero otra parte sabía que él era policía, que es un policía mejor dicho, y como tan no iba a ser fácil que confiara en mí o sienta que le estaba dando una probada de libertad para luego arrebatársela.

Ahora me compadecía el alma de Samuel más que la mía propia, mi abuelo no desataría su furia conmigo, sino con él. Pero lo intenté, lo intenté, si tan solo me hubiera escuchado y aprovechado la pequeña oportunidad de libertad que le estaba otorgando, ahora mismo no tendría a Aaron en sus espaldas, con un arma apuntando a su cabeza y a mí, con su mano en mi cabello, y el dolor del impacto de su patada en mis costillas que hacen que respirar sea tan doloroso que preferiría no haber venido.

Samuel suelta mi cabello, y mi cuero cabelludo parece que estuvo al límite de desgarrarse de mi cráneo, el dolor es casi aturdidor y hacer algún gesto como levantar un poco las cejas hace que mi piel se tense y duela. Quiero llorar, pero eso sería muy teatral de mi parte. No quedaría bien después de haberme infiltrado en este lugar.

Pensé, realmente pensé que iba a poder salirme con la mía. Todo estaba tan bien... pero tuve que olvidarme de Aaron.

¿Qué iba a pensar que iba a estar aquí? El abuelo no pasó las noches en casa desde el campamento, esta semana es muy intensa. La abuela me dice que hay problemas con una mercadería pero la verdad es que se que es porque no encuentran a Hades.

Piensan que alguien lo secuestró. Incluso sé que se lo imaginan muerto.

¿A estas alturas sabrá que lo traicionó?

Hades desapareció hace tres días, el primero fue normal, el segundo el abuelo me preguntó si lo vi en el campamento y luego, cuando Aaron me trajo a casa, pude percibir cierta incomodidad. No me dejó ir con él al trabajo, y no desayunó con nosotras tampoco.

Todo era muy bueno para ser verdad.

Caigo de espaldas al suelo, y me arrastro más allá, cerrando los ojos unos instantes para intentar olvidar el dolor. Mi sien late, dolorosa.

—¿Estabas jugando un poco? —curiosea Aaron con maldad y mira a Samuel, quien se detiene en seco y cierra los ojos.

—¿Qué haces aquí? —pregunto, poniéndome de pie y mirando de reojo al policía, quien me mira a mí y luego sus ojos se llenan de lágrimas.

—¿Yo? Vine a pasear —Aaron empieza a caminar, alrededor de nosotros y mantiene el arma en lo alto. Solo camina a una distancia prudente hasta terminar frente a Samuel—. Algo me dice que tu abuelo va a estar contento cuando se entere lo que estabas haciendo.

Mi corazón late con fuerza al oír la malicia en su voz. Samuel se encuentra paralizado a mis espaldas, y esta vez no me toca, solo mira a Aaron con el ceño fruncido y las manos hechas puños, a los lados de su cuerpo.

—No tenías que estar aquí —siseo entre dientes, con mi respiración volviéndose errática—. Déjalo irse, olvidemos lo que pasó aquí Aaron.

No acepta negociaciones, solo niega con la cabeza chistando. Se encuentra con una pequeña piedrita, la cual patea con su bota de combate negra. Está vestido enteramente de ese color, y su cabello negro parece adrede despeinado. Mantiene el ceño fruncido, la mirada ensombrecida. Sus tatuajes son difíciles de ver en la oscuridad a nuestro alrededor.

—Tú tampoco, princesa, pero aquí estamos los dos, ¿Verdad? —me sonríe y yo niego con la cabeza, confundida.

—¿Cómo supiste que estaba aquí?

El Juego de HadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora