〘Capítulo 43〙

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A veces las cosas no son como uno lo imagina, tal vez porque estás bien leyendo un libro que te encanta, que no te deja dormir y de repente te caes en cuenta de que alguien le arrancó la última hoja y no vas a saber el final.

Bueno, realmente nunca me pasó eso pero creo que se sentiría igual de sorpresivo e impactante. Darte cuenta de que la verdad estaba más cerca de lo que imaginabas y que nada era lo que aparentaba es una sensación dolorosa. Hay una presión en mi pecho que se va incrementando al seguir a mi abuela hacia la cocina.

—Ven mi niña, queremos hablar contigo —dijo cuando Garu subió los escalones hasta quedarse entre mis piernas. Yo lo hice a un lado con el pie al derlo con la intención de morder mis pies enfundados en medias blancas.

Estuve a punto de huir pero nada cambiaría mi destino, así que dándole muchas vueltas al asunto en mi cabeza y sin mucho más que una fuerte convicción decidí seguirla. ¿Tenía una opción distinta a eso? No, pero me hubiera gustado pensar que sí. No tenía donde escapar, pero mis convicciones me decían que nada de eso era correcto. Mi educación centrada en el respeto al otro y el amor, (según algunas de mis maestras) se alejaba completa y radicalmente de la realidad hostil que rodeaba de misterios a mi familia.

La respuesta a eso era simple. No quería formar parte.

—Siéntate Gianna —por un momento pude percibir la indecisión en mi abuelo, como reprochándole a mi abuela con la mirada lo que estaban a punto de cometer. Una confesión. La confesión más extraña e impensable que podría haber imaginado cuando vine a vivir este año con mis abuelos, a otro estado, a otro instituto, alejado de todos.

Obedezco sin chistar, teniendo al abuelo frente a mí, sentado en la mesa del comedor. Mi abuela a su lado se gira para servir en una pequeña taza de café ese líquido oscuro y amargo. Luego ella se gira y se sienta al lado de mi abuelo.

—¿Te sientes bien Gianna? Pareces abrumada —me analiza ella, poniendo su atención en mí. Da un sorbo a su taza y yo paso saliva sintiendo mi garganta seca.

—Estaba durmiendo, bajé por un poco de agua —miro de reojo el grifo de la cocina sintiendo que mi saliva se acumula bajo mi lengua en un intento de aligerar la garganta. Pero no sirve.

—Toma —la abuela me da un vaso de agua y yo siento la tensión palpitante en el ambiente. Mi abuelo no deja de escrutarme y ella parece tan serena como si no estuviera por decirme lo que ya oí pero por alguna extraña razón necesito aclarar. Tal vez estaba tan dormida que no escuché bien.

Eso me gustaría creer. Me gustaría creer que todo es un sueño y volver a cuando creía que mi abuelo y mi abuela eran gente que tenían un par de tiendas en el país.

Sujeto con cuidado el vaso y lo llevo a mis labios, humectando mi garganta. Miro por un momento el agua pensando si de verdad esto está pasando. Mi corazón late tan fuerte en mi pecho que mis sienes pitan, eso delata que es real. Quisiera pellizcarme, pero no lo hago. Solo dejo el vaso medio vacío frente a mí y los observo. ¿Preparada? No, pero no hay otra salida.

—Hay algunas cosas que hemos querido decirte hace mucho tiempo —mi abuelo corta el silencio. Su voz seria es fría y calculadora, casi tosca. Veo lo meticulosos en su mirada de ojos cual cielo nublado. Se inclina hacia adelante, recargando el peso de su torso sobre sus brazos. Sus manos se tocan pues sus dedos están entrelazados.

Asiento con la cabeza esperando que continúe, y lo hace. Cuando empieza a hablar veo que nada es como yo creía.

—Cuando tu abuela y yo nos conocimos, yo trabajaba para su padre, tu bisabuelo, Magnus Douce en un negocio, las tiendas de supermercado. Empezamos siendo una tienda pequeña en este pueblo pero luego se expandió —empieza a relatar—. Se expandió porque teníamos muchos clientes y entre ellos, algunos compraban productos fuera del mercado.

El Juego de HadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora