Capítulo 19: María

182 8 5
                                    

Mi madre me pedía que fuera al colegio. No podía faltar más porque iba a quedar libre en el colegio. Tenía miedo de regresar. No quería enfrentarme con las personas, sin embargo, tenía entendido que eso es lo que ellos quieren, verme destrozada por lo que pasó, pero no me importó, así que me levanté de mi cama y me metí al baño para darme una ducha, saqué mi ropa y elegí algo que fuera seguro para mí, tomé una polera de color negro y para la parte de abajo elegí unos cargos de color verde, saqué mis botines y por último un polerón que tenía un estampado de los prisioneros.

Estaba nerviosa por lo que pasaría hoy, no sabía si la gente hablaría a mis espaldas o si empezarían a hacerme preguntas. Bajé del auto y caminé hasta mi casillero, mientras estaba ahí, la gente me miraba de forma rara. Sentía una presión en el pecho, pero Antonio llegó a calmar esa presión que tenía.

—Tranquila—me abrazó—. Te extrañé bastante.

No había visto a Antonio durante dos días, solo nos vimos una vez y eso fue el mismo día en el cual ocurrió todo. Me dijo que había terminado con Fernanda y eso me dolía, ya que su relación acabó tan mal, pero me dolía mucho más porque ella también había engañado a Antonio. Por fin me pude dar cuenta que los hermanos Morrison eran personas disfrazados de corderos, sin embargo, en el fondo eran unos lobos hirientes que lo único que saben hacer es engañar y traicionar a las personas que los amaban.

—Yo también—lo abracé con más fuerza—. No sabes cuánto amigo.

—¿Hoy en la tarde quieres salir?

—Es viernes y prefiero quedarme en casa a leer un poco—me alejé de él, para sacar algunos libros de mi casillero.

Sabía que necesitaba salir a despejarme un poco, como ayer en la noche cuando salí con Agustín.

—No seas así va...—el timbre lo interrumpió—. Hablamos después tengo que ir a física, sabes cómo se pone ese profe cuando llegamos tarde.

—Sí, ve—reí.

—Después te busco—se despidió con una seña y se fue por el pasillo.

Cerré mi casillero girando sobre mi eje y escaneé a mí alrededor, capté como un grupo de chicos estaban viéndome, mientras hablaban entre sí, traté de ignorarlos, sin embargo, ellos caminaron hacia mí.

—¿Que se siente ser la cornuda María?—Dijo entre risas un chico que iba en futbol junto con Tom.

Idiota.

Mi mandíbula se tensó, apretando cada uno de mis dientes. Tenía muchas ganas de golpearlo por su comentario innecesario.

— Vamos María, ¿Cómo se siente ser una maldita niñita?—habló un chico que no conocía, pero me imaginaba que era amigo de Tom.

—¿Qué se siente que ustedes sean unos malditos idiotas?—alcé mi voz.

—Quien te crees que eres para tratarnos de idiotas, maldita perra—vi como el chico se acercó a mí, pero alguien intervino.

Era mi luz en la oscuridad.

Que exagerada eres, conciencia.

—Mejor ni te acerques a ella porque te parto esa cara de imbécil que tienes—se pusó delante de mí y su voz sonó firme.

—No si yo te la parto a ti primero—defendió el otro chico.

Percibí como uno de los chicos tenía el puño cerrado, estaba a punto de golpear a Agustín, pero antes de que él tratara de golpearlo lo empuje tan fuerte, que hice que se cayera. Los otros chicos del grupo se molestaron aún más por mi acto.

—¡Ahora vas a ver, María!—uno de los chicos gritó, tratando de acercarse a mí.

Tom se aproximaba a la escena.

—¡BASTA!—gritó fuertemente—. No vale la pena pelear con una nenita.

¿Nenita? Y que se cree ese maldito imbécil.

—¿Tanto te duele que ella sea mucho mejor que tú?—preguntó el alto.

—No te metas Agustín— dijo entre dientes.

—Sigues siendo el mismo patán de siempre. Te cuesta aceptar que alguien sea mucho mejor que tú.

Estaba confundida con lo que acababa de decir. Algo en esta historia no calza, ¿Ellos se conocían de antes?

—No voy a pelear contigo, pedazo de huérfano—se dio media vuelta y se alejó.

Seguía un poco perdida. ¿Por qué le dijo huérfano? ¿Por qué hablan como si se conocieran de toda la vida?

Él chico me miró y me regaló una sonrisa.

—¿Estás bien?—preguntó

—Sí.

—Me tengo que ir...nos vemos—tomó su mochila del suelo y camino por el pasillo.

—¡Espera!—grite tratando de alcanzarlo—. ¿Por qué siento que tú y Tom se conocen desde antes? ¿Por qué le dijiste que él era el mismo patán de siempre? ¿Por qué te dijo que eras huérfano?

—Haces muchas preguntas Ramos.

—¿Solo dirás eso?

—No tengo porque responder a tus preguntas.

—¿Es una broma?— mi ceño se frunció.

—No, no estoy obligado a responderte. Ahora déjame ir a mi clase de física—se giró y volvió a tomar rumbo por el pasillo, pero corrí hasta él y tomé su muñeca, tratando de que me viera a los ojos.

—Quiero saber algo más de ti Agustín, quiero saber quién eres.

—No quiero que te metas en mi vida—habló amargamente.

—Ósea tú te metiste en mi vida primero y ahora yo ¿No puedo meterme en la tuya?

—Así soy Ramos. Si quieres puedes olvidar todo lo que hice por ti. Haz cuenta que nada pasó.

Lo miré indignada.

—¿Olvidarme de que me defendiste? ¿Quieres que me olvide de lo que paso ayer por la noche cuando me fuiste a buscar a casa para mostrarme algo que era especial para ti? ¿Olvidarme también de lo que paso después de la fiesta de Tom? ¡Nos besamos en tu cama hasta quedarnos dormidos juntos, Agustín!— mi voz se elevó por el enojo.

Bajó su mirada por unos segundos.

—Ramos, quiero que seas feliz—tocó mi mejilla con suavidad—, Y para tu felicidad no necesitas a alguien como yo.

—Siempre dices lo mismo—alejé su mano bruscamente de mi rostro—. Al parecer le tienes miedo a amar, pero está bien, si quieres que me olvide de todo, lo haré. Al parecer tenías razón y sí soy una idiota. ¡Soy una idiota por haberme acercado a ti!

Sentí que mis ojos se iban llenando de lágrimas poco a poco. Lo único que hice fue alejarme de él rápidamente. Le mandé un mensaje a mi madre para decirle que me quería ir del colegio, no quería pasar el día acá, necesitaba estar en casa para despejarme. Mi madre vino al pasillo y dijo que me iría a dejar a casa.

Entré a mi habitación y aprecié la polera del chico que pidió me olvidara de él. Me acosté en la cama oliendo su playera, se sentía el olor del cigarro junto a su loción.

No podía creer que este chico podía hacerme sentir de mil maneras.

Supe que me estaba enamorando del castaño cuando me puse a llorar por lo que me había pedido, también sabía que me estaba enamorando de él cuándo pensaba en nuestros besos, en nuestro baile mientras sonaba Sparks por sus cuatro paredes.

Maldita sea María, ¿Cómo te estas enamorando de alguien que solo juega con tus sentimientos?

Te amaré más allá de las estrellasWhere stories live. Discover now