Capítulo 41: Agustín

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Mi tío entró a la habitación, sus pasos se escuchaban y sentí como en el punto de la cama se hundía. Me pidió que me bañara y que me pusiera un atuendo para poder ir al funeral de María. No estaba preparado, no podía despedirme de la persona que me había hecho sentir miles de emociones.

Siempre confió en mí, aunque el mundo trataba de hacerme sentir la peor persona del universo, ella siempre estuvo conmigo, alentándome a salir adelante, pero ahora ya no está conmigo y mi alma ya no será ni va ser la misma sin ella.

—Has el intento ¿sí?—me miró con consuelo.

Me levanté y caminé al baño, tomé una ducha rápida y me dirigí a mi cuarto, busqué entre mis cosas la camisa de Nirvana. La encontré en el cajón donde guardaba los polerones, la miré por un instante y retrocedí el tiempo, ella usó esta misma camisa en mi cuarto, estaba tan destrozada y borracha, pero se veía igualmente hermosa. Apreté con fuerza la polera llevándola a mi nariz, podía percibir el aroma de la chica de pelo lacio, era una mescla de perfume con olor a rosas junto a cigarro. Una voz gritó que me apurara para poder llegar a la hora.

Ahí estaban algunos familiares de la chica y por supuesto mi tío y yo. Una mano toco mi hombro, giré sobre mi eje y el pelinegro estaba parado detrás de mí, su mirada estaba totalmente distinta, al parecer había pasado toda la noche llorando.

—Bueno, comenzaremos con la oración—habló el sacerdote.

La gente se levantó de sus asientos y comenzaron a orar por la chica que estaba en el ataúd.

—Hemos finalizado con la oración, ahora cederemos la palabra a quienes quieran hablar—indicó.

Un chico de ojos verdes levantó su mano y caminó al frente.

—Quiero decir que fue una de las chicas más buenas que he conocido, mi prima siempre será una de las mejores de todo el mundo y agradezco haber vivido muchas cosas con ella, así que prima, te quiero—sus ojos se llenaron de lágrimas y se alejó para ir a besar el cajón donde se encontraba la chica.

Luego habló la madre y así le siguió Antonio.

—Cuando la conocí, éramos solo dos niños que disfrutabamos la vida, ella siempre mantenía una sonrisa en su rostro, la vida se le podía estar cayendo a pedazos, pero ella siempre le sonreía a cada persona—al chico se le salió un pequeño sollozo—. Gracias María, de verdad quiero agradecerte por todo lo que has hecho por mí y por mi familia, te amo enana y sé que nos volveremos a ver, aunque pase miles de años mi chiquita—tocó el ataúd y dejó una rosa encima.

Se me hacía difícil demostrar mis sentimientos, sin embargo, me acerqué al frente y decidí hablar.

—No nos conocimos de la mejor manera—indiqué—Nos fuimos tratando mal y bueno, nos insultábamos, pero nos dimos cuenta de que ese fue mucho más que odio. Nos llegamos a encontrar uno al otro y puta que fue lo mejor que no ha pasado en la vida cariño—mis manos comenzaron a sudar—María, yo te cielo y siempre lo haré hasta el fin de mis días. No importa los días, meses o años que pasen, yo Agustín Harrison Miller, siempre te amaré en esta vida y en miles más, mi pequeño ángel.

Unos chicos bajaron el ataúd, mientras las demás personas aventaban rosas blancas, veía como bajaban el cajón donde se encontraba ella, veía como cada uno al tirar una flor le deseaba un lindo viaje y que descanse en paz.

En mis manos tenía un ramo de girasoles la cual nunca tiré junto a las demás flores, porque esta era especial, esta flor era una de las favoritas de María. Siempre decía: "para mi funeral me encantaría que dejaran un lindo ramo de girasoles, pero no debajo de la tierra, ya que denotan energía y alegría en la oscuridad solo se marchitarían y se envenenarían, su lindo color y su hermoso significado, necesitaba ser recordado".

Cuando ya no se observaba el ataúd me acerque al lugar, para poder dejar el ramo de girasoles que tanto ella anhelaba, la gente me miraba mientras caminaba y cuando pude dejar el pequeño detalle en su tumba, le dije que ella sería la única persona que amaría.

Caí sin consuelo al suelo, mi corazón se apretaba cada vez más y mis lágrimas formaron un pequeño lago, alguien tocó mi hombro, pero no era el cálido y reconfortante toque de mi querida María.

—Ella te amaba—dijo Clara, entre llanto.

Giré y vi como la madre lloraba destrozada.

—Y yo también—sollocé y abracé a la madre.

La gente comenzaba a despedirse de Clara, con un lamento y espero que todo pase. Ya habían pasado unos minutos y solo quedábamos, Antonio, mi tío, Clara y yo. Solo mirábamos aquella tumba donde  estaba tallado el nombre de María.

Mi tío acompañó a Clara, para ir a tomar un poco de agua, solo quedaba Antonio a mi lado.

—Ella ese día te iba dar algo—pronunció Antonio.

Levanté mi barbilla, ya que estaba mirando el nombre de la chica.

—¿Qué?—pregunté.

—Ella te lo iba dar el día de tu cumpleaños, pero como paso todo lo de tu padre, me pidió que le guardara sus últimos dos regalos.

Recordé la noche que la vi por última vez con una sonrisa en su rostro.

—Y te los iba a dar ayer, pero no pudo...—me tendió un libro que tenía entre sus manos—. Adentro hay una carta que te escribió—indicó.

Cogí aquel libro entre mis manos, el chico sonrió levemente y se fue alejando poco a poco. Mis manos temblaron al ver el libro, era el que leía un día en un rincón, mientras los demás estaban en natación, al igual que el día antes de ir al concierto, cuando estábamos acostados en el sillón, estaba ese libro. 

—¡Antonio!—grité para que el chico dejara de caminar. Él se detuvo y se giró.

—¿Por qué este libro?

El muchacho suspiró con una sonrisa corta en su rostro.

—Este libro era el favorito de ella, nunca lo dejo de leer, lo repetía una y otra y otra vez. Amaba el romance trágico que tenía y bueno...—suspiró con dolor—Ella tuvo que vivir su propio romance trágico.

Agaché mi cabeza para divisar nuevamente la portada del libro, los colores no eran de mi agrado, pero si tenían una combinación hermosa, como María, siempre fue una chica que llenaba de colores cada vida gris de un ser humano.

Tracé mi dedo una y otra vez por el título del libro que decía: Boulevard. Un libro que al parecer era un romance.

—¿Ella tenía un diario?—pregunté, acortando el silencio.

—Si.

—Podrás conseguírmelo, por favor.

—¿Para qué lo necesitas?

—Por favor—supliqué.

El joven suspiró y accedió a lo que le pedí.

—Gracias.

Te amaré más allá de las estrellasWhere stories live. Discover now