35. Anillo

272 33 21
                                    

Narra UK.

—Mi señor —recuerdo que uno de mis mayordomos llamó mi atención—, aquí está lo que usted me pidió.

Yo estaba parado frente a una gran ventana que daba vista hacia los jardines del reino, Francia estaba afuera, admirando los lirios blancos y claveles que florecían por la primavera.

Cuando el mozo me llamó la atención, volteé a mirarlo con nervios, él traía una pequeña cajita donde cualquiera sabría que había un anillo dentro.

—Gracias —le dije al jovencito en cuanto tomé la caja.

Pronto el muchacho me dejó solo y fue así como tuve la confianza de abrir la pequeña cajita.
Se trataba de aquel anillo, un anillo hermoso de oro blanco y con varias piedras preciosas.

Pensaba decírselo, decirle que debíamos irnos del castillo, olvidarnos de la realeza y de todo lo que implicaba ser un representante. No quería tener que hacer lo que mis padres o gobernantes me dijeran, y mucho menos si eso implicaba alejarme de Francia.
Pero estaba muy nervioso y ansioso, si bien yo estaba dispuesto a dejarlo todo por ella, no estaba seguro de si me correspondería.

Aún así, suspiré profundamente, cerré la cajita y la escondí llevando una de mis manos detrás de mi espalda, para después encaminarme hacia la puerta que llevaba afuera.

Sentía un vacío en el estómago y también estaba temblando, creo que nunca había estado tan nervioso como ese día.

Francia estaba ahí, sentada sobre el césped, vestida con un muy hermoso vestido color azul. En cuanto me acerqué, su mirada cayó sobre mí manteniendo una dulce sonrisa.

No pude evitar sentirme vulnerable al tener sus hermosos ojos verdes sobre mí, así que me sonrojé.

Suena sorprendente que aún después de estar casados ella causara esa clase de reacción en mí, pero la verdad es que nunca dejé de sentirme nervioso al lado suyo; su presencia me tranquilizaba, pero también me hacía temblar.

—¿Qué tal está el día? —pregunté al sentarme a su lado— ¿No hace demasiado sol para estar afuera?
Me aseguré de ocultar la cajita, no quería que la viera.

—No, para nada —respondió, volviendo la mirada hacia las flores—, el día está perfecto.

Agaché la mirada con un poco de vergüenza, no sabía cómo decírselo y me sentía muy patético por eso.

Pero algo dentro de mí hizo que las palabras que tenía guardadas en mi corazón salieran de mis labios…

—Querida… —tragué saliva, temeroso de no ser correspondido.

Sus ojos verdes volvieron su atención hacia mí y sus dulces labios me sonrieron con ternura, el rubor en sus mejillas solo encendió las mías aún más.
Su belleza siempre me dejó deslumbrado.

—Querido… —la sinfonía suave de su voz se hizo presente.

Aparté la mirada con el corazón en la garganta, sentía un vacío inmenso en mi estómago.

—Quisiera preguntarte algo —finalmente pude hablar con mayor fluidez—, ¿qué tan lejos llegarías por mí? —cuestioné.

—¿Qué tan lejos?

—N… no me refiero a la longitud —la voz me comenzó a temblar—, quiero decir, ¿qué clase de locuras estarías dispuesta a hacer por mi?

—Cualquiera —, respondió de inmediato y sin dudar—, eres mi razón de ser, no importa que tan tonta, difícil o rara locura debería cometer; con el fin de besar tus labios, estoy dispuesta a dar hasta mi vida.

Eso, era aquello una de las cosas que más amaba de ella. No le tenía miedo a demostrar su amor. No tenía miedo de decir lo que sentía.

Y fue así que, como muchas otras veces, ella me hizo paralizar, estaba helado. No cualquiera te demuestra su amor de forma tan clara y precisa.

Pero eso solo me dio más valor para hablarle claro, así como ella solía hacerlo.

Levanté la mirada y me crucé con sus ojos para después dirigirle una suave sonrisa de labios. Después, tomé su mejilla con cariño y lo dije…

—No quiero alejarme de ti —fui honesto—, al pasar del tiempo, aprendí a amarte con tanto fervor, que ahora no puedo ni imaginar qué haría si no viera tus hermosos ojos a diario. Por ello mismo, quisiera pedirte una locura…

Pronto, su mano se posó sobre la mía, trayendo paz consigo misma.

—Te escucho… —sus palabras solo me dieron aliento.

—Vámonos —solté sin pensarlo—, vámonos lejos, renunciemos a la realeza, a ser representantes…, vivamos juntos, lejos de todas estas responsabilidades…

Hubo un segundo de silencio, un segundo en que mi corazón se detuvo…

—Si tú aceptas… —me puse nervioso y cerré los ojos—, si tú aceptas…, te juro que yo haré todo lo que tenga en mis manos para darte la vida que mereces…

—Sí —su voz hizo eco en mi corazón—, vámonos…

Fue en ese momento que todo dentro de mí estalló, me sentía tan afortunado…
Solamente sonreí y lentamente me acerqué a ella para besar sus labios, sus esponjosos y dulces labios…

Luego de besarla, me sonrió con gran alegría, parecía que ambos estábamos muy conectados…

Y de pronto, le mostré la cajita sin la tapa, dejando a simple vista el anillo de oro blanco que mandé a hacer…

Ella se veía un poco confundida, pero me sonrió y miró a los ojos con ternura.

—Después de todo, ya somos esposos pero quiero que conserves este anillo como muestra de mi amor... quiero estar contigo para siempre, te amaré esta y mil vidas más, Francia —le dije.

Su rostro se ruborizó por completo y un par de lágrimas llenaron sus ojos, se veía tan contenta…

—La primera vez fue por obligación —continué—, pero ahora mi corazón te pertenece, ¿te casarías por amor conmigo?

Sus lágrimas rodaron por sus enrojecidas mejillas y pronto se lanzó hacia mí robándome un beso desesperado, no dudé en corresponder de inmediato y pronto la abracé y besé con tanto fervor…

Creo que ese ha sido el día más feliz de mi vida…

Otra oportunidad (Countryhumans • Francia • UK)Where stories live. Discover now