Capítulo V - Te extraño

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Llegada la mañana, el dragón extendió su brazo y notó un espacio vacío. Rápidamente se levantó y empezó a llamar al chico, sin embargo, su ser se entumeció, Briel ya no estaba, no podía percibir su presencia.

Por primera vez en su vida sintió una emoción de temor y angustia al no sentir al pequeño humano. Era extraño, pues incluso estando encerrado por mucho tiempo en asa desolada cueva, no sintió más que aburrimiento, pero, en contraste con ese ese momento, aunado a que ya había recorrido todo el rincón del reino y no había encontrado ni rastro de su paradero, Ryu empezó a desesperarse.

Todo empeoró cuando vió la carta que Briel le había dejado como despedida.

Alice acudió rápidamente a comprobar lo que le pasaba al dragón, pues en el reino empezaba a notarse un fuerte maná oscuro estremecedor que solo podía corresponderle a Ryu.

-¡OYE CABEZOTA! ¿por qué estás liberando esa energía tan pesada y poderosa? Estás dañando la tranquilidad de todos.

Al ver lo tenebroso de su rostro, la mujer sabía que el dragón ya no estaba en sus cinco sentidos.

-Alice, ese niño... se fue.

Por otro lado, Briel emprendía su viaje desanimado como si sus energías se hubieran quedado en el reino junto a Ryu. Días después, el chico llegó a su destino, y como lo esperaba, el hechicero le dió un castigo ejemplar al llegar con las manos vacías y con nada de información.

Enojado hasta la médula y cansado de tanto golpear al débil humano, ordenó a uno de sus sirvientes...

-Mikael, llévate a ese imbécil inservible con mis bebés, por lo menos que les sirva de alimento un rato, solo procura que ese maldito idiota no se muera, todavía lo necesito.

-Como ordene.

Al estar ambos solos bajando hacía el calabozo del hechicero, Mikael regañaba en voz baja al chico que no soltaba ni una palabra y solo mantenía su mirada hacía abajo cansado.

-Briel, ¿qué barbaridad hiciste?, no te puedo ayudar esta vez, probablemente estarás más tiempo encerrado... Mírate, no puedo creer cómo te dejó y más aparte te va a encerrar aquí con esas cosas...

El pelinegro, sin luz en su mirada, solo respondió al hombre que lo acompañaba a su castigo.

-Mikael, si quieres ayudarme, solo dame algo para soportar el dolor, no me quiero morir tan rápido, esta vez tengo algo que quiero recordar por un largo rato.

El sirviente desvió la mirada. -Sabes que esa droga te va a dejar peor cuando te libere el señor, ¿verdad?

Sonriendo, Briel terminó su corta conversación.

-Tal vez no sobreviva, no me siento muy capaz de hacerlo, sabes, el hechicero estaba muy enojado conmigo, nunca lo había visto tan enfadado, y vaya que me he escapado muchas veces desde cuando era niño. Así que no te preocupes y dame eso, si no me muero esta vez, será la próxima, así que no importa.

Mikael bajó la mirada, no podía discutir más con él.

Minutos después, cuando ambos llegaron al destino, Mikael desnudó a Briel, y lo encerró en una jaula. Extendió sus extremidades y las sujetó fuertemente con cadenas metálicas.

En cada extremidad, pequeños monstruos de tierra eran colocados en cierta posición en la que solo pudieran morder y extraer la fuerza espiritual del chico. El castigo era especialmente cruel, pues a pesar de estar drogado, Briel podía sentir el dolor que le causaban en todo el cuerpo aquellas criaturas de bajo rango.

Dicho castigo consistía en alimentar a las crías que el hechicero había comprado en el mercado negro con la finalidad de hacerlos crecer fuertes gracias a la sangre y fuerza espiritual especial que los invocados tenían, no obstante, el dolor provocado era tal gracias al veneno en su saliva, que el cuerpo quedaba inmóvil.

El amante del dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora