Capítulo XLIX - El último escudo

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Era extraño, muy extraño...

Desde que llegó a ese mundo tan solo siendo un niño, Briel priorizó su supervivencia ante otras cosas que son normales para otros al crecer. Tal vez era su manera inconsciente de defenderse del mundo, pero lo único que en gran medida su cuerpo le permitía sentir era odio, resentimiento, envidia y en cierta medida, una moderada apatía hacía otros que lo hacía seguir viviendo sin caer en la demencia. La monotonía del dolor era algo que pensaba nunca iba a cambiar mientras viviera en ese mundo que a su parecer, estaba igual de podrido que al que pertenecía originalmente, sin embargo, como llegó a aprender con el paso del tiempo... nada es constante, todo está atado al cambio. 

Paulatinamente, gracias a su nueva libertad y al paso de las estaciones, los colores que percibía, los sabores de la comida que antes era tan insípida, las palabras que escuchaba e incluso los olores que paseaban a su alrededor, parecían cambiar gracias a una simple coincidencia. Sin siquiera haberlo podido imaginar en sus más locos pensamientos, el destino le dio una lección que marcaría su rumbo; al conocer a ese dragón temido por casi todo el mundo, pero alabado por otros, su vida dio un giro de 360 grados. Esa bestia necia lo hizo cambiar su forma de vivir, ya que por alguna razón que no entendía, todo parecía ser más divertido a su lado, el corazón le revoloteaba y se divertía un montón cuando podía mostrarse tal como era frente a esa misteriosa criatura.

Después de empezar a vivir sin ataduras visibles debido a la muerte del hechicero que lo esclavizó gran parte de su vida, Briel entendió que era sumamente torpe para muchas cosas como el saber expresarse o confiar en los demás, pero por primera vez en su corta pero dura vida, de forma algo espontánea , pudo experimentar lo que era el amor, aunque en ese entonces no podía darle nombre ni forma a ese sentimiento tan agridulce, ese sentir lo hacía desear verlo todos los días, tomarlo de la mano cada que pudiera, siempre llamar su atención de alguna manera, sentir su cálida piel y ver los cielos que parecían tan cercanos a su lado. Un sentimiento tan contradictorio, pero que amaba sentirlo desde el fondo de su corazón.

Debido a ello, el chico temía volver a sentir y desear lo mismo, perderlo una vez más era algo que quería evitar a toda costa, así que, después de darse cuenta de todas las implicaciones de su amor por alguien tan diferente a él, decidió encerrar ese molesto sentimiento, y solo concentrarse en desarrollar su amor como madre de esos pequeños y adorables mestizos.

Los tropiezos eran normales para alguien que estaba aprendiendo a ser madre, pero, pese a la intensa dificultad de su nueva misión en ese mundo, aunque era cansado y siempre se preocupaba por mantener, educar y hacer felices a sus niños, el humano era igual o más feliz que antes, su corazón volvía a latir con fuerza y divertirse todos los días gracias a la sola presencia de sus pequeños, ahora, el miedo a perderlos era más grande que cualquier otro, como su miedo a volver a sentir un amor no correspondido y volver a sentir los duros estragos de la soledad que conllevaba.

Con la guardia baja pensando en que ya nunca volvería a toparse con esa bestia, de un día para otro, la vida lo volvió a sorprender. En forma de una poderosa tormenta primaveral, al reencontrase con el dragón, aunque su mente parecía querer flaquear, su convicción siguió firme, ya que no quería volver a sentir lo mismo por una criatura que "lo reemplazaría" en cualquier momento y que se olvidaría de él en cuestión de nada al tener una vida tan larga y llena de ardientes escenarios, sin embargo, lo que nunca antes pudo haber imaginado, transcurría día a día en el jardín, ese mismo hombre que parecía apático y estoico ante muchas situaciones, abrió su dura coraza mostrando su verdadero ser al tratar fervientemente de volver a entrar a la fuerza en ese corazón tan necio que se cubría con escudos de acero ante cualquier intruso que no fueran sus hijos.

El arduo trabajo del dragón durante meses difíciles sumada a la desesperación sincera en su mirada cada que veía al chico por la venta o tenían pequeños roces, provocaron que algo se "rompiera" en la cabeza de Briel según sus reflexiones, pues la última fortaleza en su interior estaba por fracturarse ante tantas muestras de amor.

El amante del dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora