CAPÍTULO 1. CÁMARAS ESPÍA

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Era invierno, como siempre. La luz blanquecina se filtraba por el ventanal, pero era insuficiente, por eso el techo estaba cubierto de lámparas. Las paredes de plata de la estancia, decoradas con lujosas espirales, nos daban algo de intimidad frente al pasillo que seguro que estaba muy ajetreado en aquel momento.

Yo estaba ayudando a Luna a peinarse. Se suponía que no tenía que hacerlo porque soy su amiga y una de sus damas de compañía, pero ella solo quería que la vistiéramos nosotras. No le gustaban los sirvientes excesivos, ni las multitudes innecesarias, ni el caos. Prefería la sencillez, la amabilidad, la austeridad. A mí me parecía bien; había aprendido un montón de cosas útiles sobre ropa de esa manera.

El protocolo de la corte era muy estricto; a Luna le gustaba seguirlo al pie de la letra, y yo trataba de recordarlo mientras dejaba que una trenza cayera por su espalda. Había códigos de colores, de estampados, de formas y estilos, además de esa ridícula regla que obligaba a la gente noble a taparse cada centímetro de la piel. Luna decía que era una manera de mostrar superioridad (al parecer en el pasado había gente que no estaba adaptada al frío, y solo los más poderosos podían permitirse el lujo de comprar telas extra para vestirse con ellas).

Yo siempre había sido muy sencilla. Mi madre me ponía trajes vaporosos desde pequeña, con largas y finas mangas, cintura alta, pliegues y volantes. Esa costumbre hacía que fuera incapaz de llevar guantes, por ejemplo, por mucho que me esforzara en ignorar el picor de la tela sobre mis dedos; tampoco me agradaba la ropa muy ajustada. Pero Luna era otra historia. No sé si le gustaba, sospecho que no; sin embargo, siempre cumplía las normas a rajatabla. Eso era algo propio de ella: era muy responsable. En el fondo la envidiaba, pues yo me distraía de las tareas diarias con mucha más facilidad.

-Eres consciente de que llegamos treinta minutos tarde, ¿no? -preguntó Luna, sacudiendo un poco la cabeza para acostumbrarse al nuevo peso de esta. Tenía el pelo demasiado largo.

No consideré importante responder.

-Siempre te callas cuando tengo razón -indicó, molesta.

-Precisamente por eso, porque tienes razón. -Di un paso atrás para admirarla. La princesa Luna, heredera de la corona y mi mejor amiga-. Estás sensacional. Para todos esos nobles, la espera habrá merecido la pena.

Ella empezó a reírse, negando otra vez.

-Sabes de sobra que ninguna espera vale la pena según ellos, por muy guapa que aparezca ahora. Para todos esos nobles no soy más que un objeto. Bueno, somos un objeto, tú y yo.

Me sorprendí un poco cuando dijo eso.

-Sí, tú también, Estela, aunque creas que no. No eres solo una dama de compañía, ¿sabes? Eres una sustituta, estás aprendiendo conmigo. Me has acompañado a todas mis clases, estudias los mismos libros que yo, te mueves en la sociedad como lo hago yo... Puedes actuar de reina, porque estás mucho mejor preparada que cualquier otra chica. Tu firma vale más de lo que crees. Y ten en cuenta que pareces un blanco fácil, pues no tienes títulos... aún.

-Calma, nadie ha venido a esta fiesta a casarse con nosotras -la acallé-. Anda, vamos a buscar a Galaxia. Se hace tarde.

Luna suspiró y se recogió el largo vestido con las manos para poder andar mejor. La cola de este, de terciopelo azul y con puñados de perlas de selenita cosidos en ella formando hermosos patrones, seguía arrastrándose por el suelo. Me apresuré a levantarla, como una buena dama de compañía hace para ayudar a su señora, y salimos del dormitorio.

Tal y como sospechaba, y a juzgar por el jaleo, el pasillo estaba muy concurrido. Sirvientes caminaban de acá para allá haciendo no sé qué preparativos y cumpliendo no sé cuáles órdenes. Se suponía que los nobles que habían venido a la fiesta podían hospedarse en el palacio si así lo deseaban, y muchos de ellos hacían uso de la servidumbre como si se encontraran en su propio hogar. No sabía si eso era legal, pero tenía que estar permitido de algún modo, si no, no lo harían. Esta práctica solo traía más estrés a los ya cansados sirvientes.

Otro amanecer juntosWhere stories live. Discover now