CAPÍTULO 19. MOTIVOS PELIGROSOS

22 5 71
                                    

El dolor de cabeza que me había afectado hacía unas horas se había esfumado por completo después de la visita a mis padres. ¿O tal vez había sido tras hablar con Luna? Daba igual.

Ahora solo sentía cansancio.

Caminé por los pasillos en dirección a la estancia de los libros con sentimientos encontrados. Por una parte, quería darme prisa, porque obviamente Helio necesitaba su médico ya. Pero por el otro lado, iría todo lo lenta del mundo con tal de retrasar el momento en el que volviera a ver a Ocaso.

Me sentía confundida, eso era todo.

Al fin, llegué a la biblioteca y respiré hondo. Era aún muy pronto; casi no había sirvientes, y mucho menos nobles. Pero habían pasado ya tantas cosas esta mañana...

La puerta estaba cerrada debido a lo temprano que era, y cuando la abrí tenía un nudo en la garganta. Entré y vi la silueta del bibliotecario a contraluz. Estaba situado de espaldas a mí, mirando por el ventanal, y la claridad de afuera reflejaba su túnica blanca y dorada como si fuera alguien místico.

Sentía que ya había visto esta escena antes; tal vez, en un sueño...

Avancé con lentitud, tratando que mis pasos no sonaran. Me coloqué a unos tres metros de él, y solo entonces carraspeé para que se diera cuenta de que estaba aquí.

Se giró y, durante unos segundos, pareció como dormido, perdido en sus pensamientos. Después, reparó en mí, abriendo sus ojos dorados de par en par y clavándolos en los míos.

No podía ser. Había sufrido tanto en las últimas horas... Había creído que era un cobarde y un traidor, que llevaba engañándome todo el tiempo y que me manipuló desde el día en que me conoció... Pero ahora, al volver a mirarlo a la cara, sentía como que todo eso era mentira.

Era imposible que Ocaso fuera así. Su mirada era tan pura...

Negué con la cabeza, y ese gesto hizo que él abriera la boca, llevándose las manos a la frente.

—¡Maldita sea, Estela! Yo... —Enterró la cara en sus brazos—. ¡Ay, solo he empeorado las cosas! Se suponía que tú no... Se suponía que yo...

—Estás con Luna, ¿verdad?

No sabía por qué se lo había preguntado, pero ahí estaba. Era lo primero que le había dicho. Ni siquiera sabía cuál era la razón por la que había venido a verle, si no era para cuestionarle eso, para salir de dudas de una vez.

Él se llevó las manos a la boca, en silencio.

—¡Contesta! —temblé—. Estás con Luna, ¿no?

—Estela, solo estábamos hablando —dijo, atropelladamente—. La princesa necesitaba mi ayuda para...

—¡Por favor! —supliqué, logrando de nuevo su silencio—. ¿Estás con Luna? ¡Necesito saberlo!

Ladeó la cabeza, tal vez preguntándose por qué yo pensaba eso. El mutismo se hizo más profundo, pero él no estaba furioso, como yo, solo... ¿Triste e intrigado?

—No lo digo porque esté celosa —traté de tranquilizarme—. Es solo que... Maldita sea, has estado jugando conmigo.

—¿Cómo? —La incredulidad de su rostro no era fingida, realmente no sabía de qué estaba hablando yo.

—Ocaso, por favor, me hiciste creer que teníamos... algo.

Él abrió la boca, sorprendido, pero no le dejé hablar.

—Has estado jugando conmigo todo este tiempo, ¿verdad? Te has acercado a mí porque... Querías a Luna. Desde el primer momento. Y tiene sentido, claro que lo tiene, porque tú no mereces conformarte con alguien como yo. —Me quiso interrumpir; sin embargo, de nuevo se lo impedí—. No, qué va. Pero, no sé, podías haberme avisado. Habérmelo dicho. No que ahora me tienes hecha un lío, me has hecho creer cosas que no son y... Me siento traicionada, ¿vale? No pretendo ser tóxica, es solo que... Bueno, ¿nunca pensaste que yo también tenía sentimientos?

Otro amanecer juntosOnde histórias criam vida. Descubra agora