CAPÍTULO 14. PROYECTOS Y MISTERIOS

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Abrí la puerta para mi amigo con una expresión de disculpa absoluta.

—Perdona, no tenía ni idea de que estabas ahí.

El bibliotecario se llevó una mano al pelo.

—Ya... No pasa nada. Quería pasarme por aquí antes de bajar a cenar.

—¿Pero no estabas con tus padres? —pregunté, muerta de curiosidad.

—He ido a visitarlos esta mañana, para poder regresar a tiempo. Querían que me quedara con ellos toda la tarde, menos mal que he podido convencerlos de que me dejaran ir.

—Tu familia es burguesa, ¿no?

—Sí, son comerciantes de telas en la región sur de la Marca de Luz.

—Mi tío materno es el marqués de Corona, y rige esas tierras —informé, con cautela.

—Sí, y la verdad es que las administra bastante bien. ¿Sabías que la idea de la reforma fue originalmente de un antepasado suyo? Por eso la mayor parte de los burgueses son de esa zona; la economía se ha transformado y ya apenas hay mineros.

—Tú eres del pueblo llano —intenté resumir—. Pero eres de un escalón que está más alto en la pirámide, básicamente.

—Sí —asintió Ocaso, incómodo—. Mis padres tenían dinero suficiente para darme una educación, y estoy agradecido por ello.

—¿Y qué es eso de ser comerciantes de telas? ¿Tiene algo que ver con el Gremio de Modistas? —Me sentía mal por hacer tantas preguntas, pero mi curiosidad era demasiado grande.

—A ver, tiene bastante que ver. Mis padres son los que conseguían las telas: algunas las compraban y las distribuían, y otras las hacían ellos mismos. Pero luego las vendían a organizaciones como el Gremio, o a boutiques y tiendas. Hace poco consiguieron que el negocio creciera y contrataron a varios empleados.

—¡Qué guay! —Quería saber más cosas sobre la familia de Ocaso. Bueno, quería saber más sobre él en general, así que seguí preguntando, esperando no hacerlo sentir incómodo—. ¿Y tus padres no se asustaron cuando les dijiste que querías ser científico? ¿No estaban preocupados por el negocio familiar, o tenías algún hermano que pudiera encargarse de ello?

—No pusieron pegas a que fuera científico, les pareció bien. —Lo veía ya apurado por mi interrogatorio, aunque se esforzaba en contestar a todo—. Y no, no tengo hermanos.

Recordé que los plebeyos no tenían problemas a la hora de tener hijos.

—Qué raro, ¿no?

—Me hubiera encantado tener un hermano —confesó—. Pero mis padres no hubieran podido mantenerlo. Cuando yo nací, el negocio aún era muy pequeño.

—¿Y ahora?

Se puso rojo.

—Creo que mis padres no tienen en mente tener más hijos, Estela. Dicen que ya me toca a mí.

Solté una carcajada.

—¡Pero si tú eres muy joven aún!

Él se llevó la mano a la cabeza, muerto de vergüenza, y me pareció adorable. Miré el reloj, y me di cuenta de que era más tarde de lo que creía.

—Lo siento, pero tengo que irme a la habitación de Luna, para ayudarla a vestirse. Ya sabes, esas otras cosas que hacemos las damas de compañía aparte de firmar papeles y tomar pastelitos.

—No te preocupes, si yo pasaba solo a saludar —se excusó él.

—¡Nos vemos luego!

—¡Vale! —Iba a marcharse, pero se giró otra vez y me dijo—: Por cierto, estás muy guapa con ese vestido.

Otro amanecer juntosWhere stories live. Discover now