CAPÍTULO 3. LA CANCIÓN DE LOS ENAMORADOS

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Los días pasaban, y el ambiente en palacio no mejoraba. Los nobles que se habían hospedado no parecían tener intención de irse. Al parecer, querían quedarse más tiempo aquí. Luna se preguntaba si sería solo por razones administrativas, pues su padre citaba a muchos de ellos todas las mañanas, o si simplemente se estaban aprovechando.

Las medidas para aumentar la calidad de vida que habían estado aplicando los últimos reyes eran lentas pero continuas. Si salían bien, en pocos milenios la clase media dominaría el planeta. Luna decía que esa situación no beneficiaba para nada a los nobles, pues les hacía perder su estatus y su poder, por lo que era natural que la mayor parte de ellos se opusieran. En sus reuniones, el rey trataba de convencer a la aristocracia para que decidiera aprobar las nuevas legislaciones, pero según la princesa era algo complicado que estaba acabando con la energía de sus padres.

Para restarle tensión al asunto, a Galaxia se le había ocurrido que organizáramos una tarde de ópera. Nos pusimos fácilmente en contacto con el Teatro Real y quedamos en que el jueves se celebraría el concierto.

Iba a ser la última noche con los universitarios, pues los resultados de la prueba para ser bibliotecario se publicarían el viernes, y los que no fueran elegidos se marcharían a la Universidad Universal ese mismo día. Galaxia no estaba tan contenta con esa idea, y nosotras sabíamos que había estado saliendo en secreto con Neón.

Me preguntaba qué tenía ese chico. Mi amiga no se había cansado aún de él, y eso era muy raro teniendo en cuenta cómo se aburría de sus parejas habitualmente.

Mientras me preparaba en mi habitación para la ópera, las dudas asaltaban mi mente. El asunto de los nobles dando la lata era agotador, pero aún estaba preocupada por mis padres. Había enviado ya tres digitagramas, y ninguno de ellos había sido aceptado por mi familia. ¿Qué estaba pasando? No lo sabía. Suponía que tenía que haber una razón por la cual actuaban así, pues no era habitual que ignorasen mis mensajes. El tema seguía impidiéndome descansar, y cada vez que tenía un segundo libre de tarea mi mente acababa pensando en ello.

Me miré al espejo con un suspiro, y advertí que tenía los ojos algo inflamados. No podía permitirme el lujo de llorar, así que inspiré hondo y di un paso atrás para poder verme de cuerpo entero.

No era una chica guapa, o, al menos, no me sentía así. Tenía los ojos demasiado grandes, y odiaba mi boca de pez y mi cara de patata. Cada vez que sonreía, se me formaban unos hoyuelos en las mejillas que me hacían sentir insegura. En general, era más bajita que el resto de chicas de mi edad, y no tenía un cuerpo ideal; de hecho, estaba algo más rellenita de lo que debía. Me avergonzaba de mí misma a menudo, y más cuando me comparaba con Luna o Galaxia. Ellas sí que eran bonitas.

Lo peor de mí era que tenía un color horrible: tanto mi pelo como mis ojos eran verdes.

Nunca me había gustado el verde. Mi madre provenía del sur, una tierra más cálida que a veces recibía la luz solar; ella tenía la sangre verde claro y había aportado sus genes a mi familia. Mi padre era de sangre azul, porque estaba emparentado con la familia real. Supongo que cuando mezclas los dos colores, sale una persona de sangre verde, como yo. Además, con la luz lunar del palacio, mi verde perdía su posible belleza, porque se volvía más oscuro y apagado.

El vestido de seda con volantes y mangas largas que debía llevar para el evento tampoco me hacía sentirme mejor. No encajaba con quien era yo, y como también era verde, no hacía más que resaltar que no era digna de llevarlo.

Vivía en un sitio de azul y plateado.

Aquí no pegaba nada el verde.

Traté de ignorarme y corrí a la habitación de Luna a prepararla.

Otro amanecer juntosWhere stories live. Discover now