CAPÍTULO 20. REFUERZOS ENIGMÁTICOS

25 4 58
                                    

Corrimos por los pasillos como desquiciados, persiguiendo algo que solo yo sabía. Había cogido al bibliotecario de la mano, y este resoplaba detrás de mí por lo inoportuno de aquello.

—¡Lo siento! —me disculpé; y tanto que lo sentía—. Pero Helio necesita tu ayuda.

Llegamos a la habitación de Gala a tiempo para ver cómo Cénit salía apresurada por la puerta.

—¡Se está poniendo peor! —gimió, mientras cargaba con una botella de agua vacía. Supongo que iría a llenarla.

En cuanto Ocaso hizo acto de presencia en el interior de la sala, todo el mundo pareció respirar de alivio.

—A ver, ¿qué ha pasado? —preguntó él, sereno, como si yo no lo hubiera cortado en medio de una declaración.

—Ha bebido de más —resumió Galaxia—. Le hemos dado pastillas anti-embriaguez, y ha empezado a vomitar y le ha entrado fiebre súbitamente.

Vi cómo en una esquina alguien había puesto una fregona y un cubo de agua, y el suelo estaba húmedo. Miré a Luna, que jugueteaba con sus dedos, nerviosa; y luego observé a Helio. Tenía la piel colorada y deliraba.

—No podéis usar esas pastillas así sin más, tenéis que comprobar que son para lunáticos y que se corresponden con el pigmento sanguíneo de cada uno —se acercó a la cama y colocó la palma de su mano en la frente del paciente—. Además, parece que es alérgico a algún componente, a juzgar por la reacción.

Ocaso inspeccionó al muchacho, como todo un profesional, y ordenó a la nada, sin apartar la vista de él.

—Se va a asfixiar. Que alguien traiga una mascarilla de aire; están en la sala de urgencias. No, mejor: vamos a llevarlo allí.

Gala ayudó a cargar con él y los seguimos hacia su destino. Una vez allí, los médicos que tenían su turno se ocuparon de él, y el bibliotecario también se internó en la sala para ayudar, dejándonos a las tres fuera.

Luna sugirió que no nos preocupáramos más y continuáramos con la jornada laboral, pero yo sabía que iba a ser difícil. Nos topamos con una Cénit hecha un manojo de nervios y le contamos lo que había pasado. Quién iba a pensar que nuestra decisión de ayudar al chico le iba a causar más problemas.

Acabé en el despacho firmando papeles, pero no me podía concentrar. No supe nada de  Helio hasta que Neón fue a vernos por la tarde y nos dijo que lo habían hospitalizado.

Al final sí que era alérgico a algo.

Galaxia asumió la culpa y se desesperó, porque ella había tenido la idea de las pastillas. Luego, Luna recordó que ella también había aprobado el remedio, aun sabiendo que podía haber salido mal. Y yo me puse triste porque, si me hubiera dejado de tonterías y hubiera llevado a Ocaso a la habitación desde el primer momento, nada de esto habría pasado.

Estuve un par de días sin verlo, hasta que el jueves me lo encontré en la biblioteca, revisando los almanaques para ver qué libros faltaban.

Me acordé de repente que aún no había devuelto la novela de Pecados de sombra. Bueno, pongamos que se me había olvidado.

—Hola —saludé, y me senté a su lado, desparramando mis cosas por toda la mesa.

Me dedicó una mirada larga y siguió con lo suyo. Al sentirme ignorada, me crucé de brazos, pero después empecé a sacar los papeles de tarea del forro transparente en el que los tenía metidos.

—Ahora sí, perdona —Ocaso cerró el libro—. Hola.

—Adiós —refuté.

—¡Bueno, vale! —me miró con una mezcla de diversión y desafío—. Pues adiós. —Fingió levantarse.

Otro amanecer juntosWhere stories live. Discover now