CAPÍTULO 25. LA PERSONA ELEGIDA

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—Así que te has dado cuenta...

El extraño sonreía con maldad, observándome a una distancia prudencial, mientras me frotaba los ojos. Tragué saliva, nerviosa, y el brillo en el suelo de mis lágrimas me hizo ponerme más nerviosa.

—Ha tenido que ser por las malas, ¿eh? —Se me acercó, imponente—. Los deseos no funcionan conmigo, querida. Tampoco cualquier tipo de magia. Tengo la protección de la Deidad; al fin y al cabo, estoy cumpliendo sus designios.

Fruncí el ceño. ¿En qué momento esto tenía sentido?

Para empezar, él no había percibido ningún deseo porque yo al final no lo había pedido. Y, en todo caso, dicho deseo no iba para él, sino para... mí.

Temblé cuando recordé lo que había querido hacer. La oscuridad me había abrumado por completo, pero por fortuna había hallado una luz.

—Sí, has oído bien. —Él malinterpretó mi silencio—. La Deidad me apoya, a mí y a todo mi movimiento. Probablemente ya te habrás dado cuenta tú... Esta monarquía no funciona; hay que crear algo nuevo desde cero.

—Pero ¿yo qué tengo que ver con todo esto? —formulé la pregunta.

En el fondo era la respuesta que llevaba queriendo saber desde el principio.

—¡Ah! ¿No lo sabes? —Ladeó la cabeza, acercándose a mí-. Creía que eras más inteligente... En realidad, has estado involucrada desde el principio. Todas las familias que apoyan a los Astros deben caer. —Apretó su puño, como en un momento de furia, aunque luego se tranquilizó—. En un principio no íbamos a hacerte daño: eras solo una damita inocente. No tenías ni idea de nada, pero... —Colocó sus manos en mi nuca y sus ojos centellearon frente a los míos. Estaba tan cerca que podía oír su respiración agitada—. De pronto empezaste a saber. Y entonces te convertiste en un peligro, mi Estela.

Trasladó sus manos a mis mejillas. Seguían estando heladas, y su tacto me paralizó la sangre y dejé de respirar.

—El chico ese... se llama Ocaso, ¿verdad? —Mi cara de terror se lo confirmó—. Bueno, pues no te acerques a él. Mantente alejada, ¿me oyes? También de la princesa, por supuesto. Y olvídate de las excursiones al bosque. Tu lugar está en este palacio, jovencita; no eres la heroína de ninguna historia ni el personaje principal de ningún cuento. No eres el centro de atención, ni tampoco querrías serlo, créeme. Te vas a meter en asuntos muy gordos si sigues por este camino; puede que lleguemos incluso a temas de vida o muerte.

Con una sonrisa siniestra, se retiró la capa del costado y mostró la empuñadura de un estoque. La acarició, como pensando si usarlo o no, y después se dio la vuelta. Su capa ondeaba con el viento de la ventana.

—Tienes que prometerme que no harás nada más —dijo, con un susurro.

Negué con la cabeza, traumada. Me abracé a mí misma, tiritando. Ahora la luz y el calor no estaban por ninguna parte.

—Tú enviaste la nota, ¿verdad?

—¿Qué nota? —contestó, como irónicamente.

—Una que recibí hace una semana...

—Yo no te he enviado ninguna nota, mi Estela. —Se sentó en el alféizar de la ventana, de lado y apoyando su espalda en la pared—. Creo que no tienes ese privilegio.

Acto seguido, con un movimiento brusco, se deslizó hacia afuera sin hacer ruido.

Grité y me asomé a la ventana, pero no pude ver nada más, solo el viento, que me llevaba los cabellos a la cara, y la fachada plateada del edificio. Había desaparecido.

Otro amanecer juntosWhere stories live. Discover now