CAPÍTULO 9: DETRÁS DEL COMPLOT

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Ahora era yo la que corría intentando alcanzar a Ocaso, sin saber muy bien hacia dónde ni por qué. No comprendía cómo de pronto este chico había dado con una posible solución para el problema que llevaba días sin dejarme dormir.

—¡Espérame! —chillé, tratando de no matarme con los tacones.

—Tenemos que buscar un lugar con fuego —me ignoró.

—¿Por qué?

Me miró, en parte divertido y en parte fastidiado porque yo no parecía entender nada.

Resoplé. No todos teníamos su coeficiente intelectual.

—A ver, tus padres saben que te gusta leer, ¿no?

¿Qué clase de pregunta era esa?

—¿No es obvio?

Debería haberme preocupado que él ya supiera que me gustaba leer. Parece que una charla sobre la Celestina y un viaje apresurado a mi habitación habían hecho que descubriera el hobby del que más orgullosa estaba pero a la vez que más miedo me daba que se supiera.

Sí: las damas no leen por placer. Leen para los asuntos de estado.

Pero no malgastan su tiempo libre en leer un estúpido libro de fantasía en el que la protagonista conoce al héroe perfecto y enfrentan al villano secuestrador que curiosamente es muy guapo.

Eso son bobadas, ¿no?

Empezamos a escuchar el sonido de los fuegos artificiales, la agitación de la gente y sus risas y palmadas cuando los colores llenaban el cielo. Ocaso me hizo subir por una escalera de caracol cuando llegamos al ala norte, y empecé a resoplar de cansancio.

—¿Pero qué estamos haciendo?

—Tus padres han usado el truco del almendruco, el cual suele venir en muchos libros de misterio. Probablemente leyerais juntos alguno cuando eras pequeña.

—¿El truco del qué?

—Del almendruco. Me refiero a la tinta invisible de toda la vida.

Llegamos arriba, y traté de pensar mientras recuperaba el aliento. Tinta invisible. Tenía sentido.

—¿Y han escrito en el reverso del sobre, el cual está supuestamente en blanco?

—Eso creo —enunció, encogiéndose de hombros.

El bibliotecario frenó al lado de una sala y me hizo meterme en ella primero. Después, entró él y se dirigió hacia un candelabro de la pared.

Se trataba de uno de los salones de estudio de la planta alta; se habilitaban para que los sirvientes tuvieran estancias privadas en las cuales podían sentarse a escribir. A veces también se prestaban a los nobles que llegaban de visita, pues en estas habitaciones se podían celebrar pequeñas reuniones y estaban bien acondicionadas. Sin embargo, no recordaba que hubiera velas.

Debía haber supuesto que Ocaso se había explorado ya medio palacio.

Sacó una cerilla de un paquete que estaba sobre la estantería y encendió el candelabro.

—Es increíble la fobia que le tenéis en este lugar al fuego —comentó—. En otros planetas helados, sirve para calentar las casas y cocinar. Pero aquí obtenéis la luz de las piedras luminiscentes y el calor directamente del manto a través de conductos geotérmicos; parece que no lo quisierais para nada.

Sopló para que la llama se hiciera mayor. Me quedé mirando como hipnotizada la forma en que bailaba y brillaba, iluminando con luz trémula los rincones oscuros de la habitación.

Otro amanecer juntosWhere stories live. Discover now