CAPÍTULO 21. FUEGO ESTELAR

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El general frunció el ceño, molesto. No le había gustado que, en mi arrebato, hubiera culpado al Púlsar más joven.

—¿Y eso qué tiene que ver? ¿Cómo me dices ahora que te ha amenazado de muerte?

Percibí la cara confusa de Gala, la extrañeza de Ocaso y las expresiones indescifrables de Luna y Whilem. Volví a darme ánimos para continuar.

—Fue hace más de un mes, después de que usted hablara conmigo para sus indagaciones. El hijo del duque me acorraló y me chantajeó, con objeto de que mantuviera la boca callada. Parecía molesto por las sospechas de mi amigo Ocaso —Tragué saliva— y mías, que lo colocaban a él en el foco del crimen. Me amenazó, diciendo que, en caso de que hablara mal de él o anunciara algo de lo que había pasado, sus secuaces me perseguirían, y hasta podrían llegar a matarme. —Hice una pausa, principalmente para tomar aire—. Me... Me enseñó el mango de un cuchillo —temblé—. Y yo fui una tonta y me mantuve callada.

Agaché la cabeza. Mi revelación no había tenido la reacción que esperaba; todos estaban en silencio y apenas podía entender sus expresiones. Cerré los ojos con fuerza y apreté los dientes, tratando de controlar unas lágrimas que amenazaban con salir.

No me había dado cuenta hasta ahora, pero ese encuentro... Había hecho mella en mí, para mal. Que me acorralaran como había hecho Quásar no me gustaba, ni tampoco la sensación de miedo constante que se cernía sobre mí. Ahora, al abrir la boca, había abierto también unas alas invisibles.

Y tal vez debería no haberlo hecho, porque no sabía volar.

—Señorita Estela —me dijo el señor Rayo, muy serio—. Eso que usted está afirmando es muy arriesgado. Hace bastante tiempo de todo esto; si la acusación fuera cierta, debería de haberlo dicho antes.

Casi gemí.

—¡Pero, señor, me chantajeó! Tenía miedo de hablar, ¿entiende? —Hice caso omiso a la lágrima que se deslizó por mi mejilla, la cual Gala recuperó en cuanto se percató de ella—. No le he dicho nada a nadie hasta ahora.

—¿Es que no lo comprende? Caso cerrado —No parecía querer entrar en razón—. No pienso hablar más de esto.

El general se dio la vuelta y enfiló el pasillo en dirección contraria.

—¡Oiga! —lo llamó Ocaso. No acudió—. Será cobarde... —afirmó, para él.

Mi amiga pelirrosa me ayudó a colocarme la lágrima de vuelta, mientras Luna me sujetaba con cuidado.

—Lo que dices es verdad —susurró.

—¡Pues claro que es verdad! —afirmó el bibliotecario, hecho una furia—. Estela —Se puso frente a mí, preocupado y con sus manos en mis hombros—, ¿por qué no me lo habías dicho?

—Porque tú no estabas, y yo... Yo...

—La has liado —Whilem me tomó del brazo y me hizo girar. Percibí la oscuridad de sus ojos—. Y lo sabes.

—¿Cómo?

—No tenías que haberlo dicho. Ahora van a sospechar de ti, y Quásar tiene más razones para odiarte y tenderte una trampa. Si te ha amenazado, créeme, es por algo. Deberías habérselo dicho a Luna primero.

Ella asintió, abrazándome con cuidado. La envolví con mis brazos, pero no aparté la mirada del noble.

—Y a Ocaso.

Sentí cómo mi amigo también me ceñía por detrás, y su calidez consiguió que mis sollozos se fueran poco a poco reprimiendo.

—Si me lo hubieras dicho, habríamos tenido una prueba —susurró en mi oreja—. Y podríamos haberle contado al general a tiempo que te habían amenazado. Por favor, no estés triste, Estela.

Otro amanecer juntosWhere stories live. Discover now