CAPÍTULO 10. SUSPIRO DE ALIVIO

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Cuando desperté, la luna iluminaba el cielo y bañaba con sus rayos mi cama. Me froté los ojos, atontada, y entonces recordé lo que había pasado.

Un aluvión de emociones me inundó.

Me levanté con rapidez, tapándome la boca. La cabeza me daba vueltas, pero la ignoré. Vi en el reloj de pared que era mediodía.

¿Por qué no me había despertado nadie?

Tal vez solo querían que descansara. Eché un vistazo a la puerta: no me la habían cerrado con llave. Me apresuré a hacerlo.

Alguien me había quitado el vestido de ayer y me había puesto un camisón; tal vez hubiera sido yo misma anoche, no me acordaba. Pero me até bien el lazo de la cintura y me peiné el cabello distraídamente, mientras miraba por la ventana.

Las vistas desde mi habitación no eran las más bonitas, aunque se observaba parte de la ciudad, con las casas de piedra, y también se atisbaban las montañas, blancas por la nieve que caía casi de forma permanente a esas alturas.

Nuestro planeta era muy frío: había hielo cubriendo las tres cuartas partes. La civilización propiamente dicha se encontraba en el ecuador y parte del hemisferio sur. Había solo un área donde llegaba la luz del sol, y el astrónomo de palacio había dicho que tenía que ver con la rotación del planeta y también con una gruesa capa de ozono, que filtraba las radiaciones de la estrella (no así las de la luna) en la mayor parte del planeta, condenándolo a una noche perpetua. No había entendido mucho más, y no estaba tampoco para planteármelo ahora.

Parpadeé y centré mi vista en la urbe. Los coches flotantes iban y venían, como hormiguitas siguiendo su invisible senda. Había edificios altos de cristal, pero la mayor parte de las viviendas eran casitas, apelotonadas y construidas casi unas encima de otras, sobre todo en la zona montañosa. No era de extrañar, ya que prácticamente toda la población trabajaba en la minería.

Suspiré. Las emociones que había intentado reprimir me azotaban. ¿Qué pasaba con mi familia? Tendría que salir de mi habitación y empezar a preguntar a la gente si quería enterarme de qué había ocurrido al final, y mi curiosidad era muy grande, pero también lo era mi miedo. ¿Y si Ocaso estaba en lo cierto? ¿Y si realmente había un complot? Mis padres decían que yo era el foco de todo. ¿No era esa una razón para intentar no meterme en problemas?

¿Por qué era tan tonta?

Tonta para no haber descifrado el mensaje antes, tonta para sentir tanto pánico al saber la verdad... Tonta para, aun así, no hacer nada.

Que mis padres llevaran una semana más bajo el yugo de esos encapuchados era mi culpa. Si les pasaba algo era mi culpa.

Y tal vez que les hubiera pasado eso también era mi culpa.

Sentí las lágrimas amenazando con asomar. Traté de cerrar los ojos con fuerza. ¿Por qué no podía ser como Luna, fuerte, valiente y segura de mí misma? ¿Por qué no podía afrontar cualquier responsabilidad como ella?

¿Y por qué no podía ser como Galaxia, que había decidido cuidarse más a sí misma y no preocuparse tanto por su familia? ¿Por qué no podía tener amor propio?

¿Cuál era acaso mi valor como persona?

Una lágrima se desprendió de mi ojo y bajó por la mejilla, dejando detrás un reguero brillante. La sentí chocar contra el suelo, tras una rápida caída.

Plic.

Después la siguió otra. Y otra.

Lloré en silencio, tratando que los pensamientos negativos fluyeran. Cerré los ojos y sollocé amargamente en mi interior, sintiendo cómo con cada chasquido en el suelo se iba una de mis pocas virtudes, despojándome y dejándome como un saco vacío y húmedo.

Otro amanecer juntosWhere stories live. Discover now