CAPÍTULO 29. ALMAS AFINES

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La revelación de Quásar me puso los pelos de punta. Cerré los ojos, imaginándome lo que sería estar casada con semejante hombre, y estuve a punto de vomitar.

—Jamás —susurré.

Sudaba, y tener al noble tan cerca me incomodaba a más no poder. Este se carcajeó y me soltó al fin, dejándome apoyada contra la pared, jadeando de horror. Estaba segura de que había usado magia para manipularme mentalmente, y no podría decir si lo había conseguido porque no entendía realmente sus propósitos.

—Es la única opción que tienes. Cásate conmigo y dame un hijo que pueda asegurarnos el trono. Lo haremos por las buenas, y al rey no le quedará otra que aceptarnos como soberanos.

—No pienso unirme a ti —le espeté—. No después de todo lo que le has hecho a mi princesa.

—En realidad solo tienes dos opciones. —Dio un par de toquecitos a su cinturón, recordándome que guardaba un arma debajo—. Puedes unirte a mí y vivir felizmente, o puedes negarte. Y entonces te aseguro que ellos —Me sorprendió lo rápido que entendí quiénes eran— te matarán. Sin remordimientos.

Un escalofrío me recorrió la espalda. Entrecerré los ojos.

—Pues el supuesto líder de los encapuchados me prometió algo similar —hablé con un hilillo de voz. No estaba en condiciones de rebelarme, pero necesitaba hacerlo—. Y aún no estoy muerta. Ni tampoco sola.

—No podrás aguantar mucho, créeme. Si estás viva todavía es porque aún sirves. —Quásar se miró las manos, enfundadas en unos apretados guantes negros—. Además, si estás pensando en tu amiguito Ocaso, te recomiendo que te olvides de todo. Literalmente acabo de venir de una convención secreta de nobles en la que hemos firmado un documento para expulsarlo de palacio. Dile adiós a toda la carrera de ese chico... Y a tu amistad o lo que quiera que tengas con él.

Abrí los ojos de par en par. Qué ser tan cruel...

—Solo el rey tiene permiso para hacer algo así.

—Te olvidas de que los nobles podemos redactar escritos que el rey tiene la obligación de aprobar —me recordó con una sonrisa mezquina—. Treinta y seis casas nobles nos hemos reunido hoy clandestinamente, y todas se oponen a la reforma y lo que esta supone. ¿Cuántas son las que apoyan al rey? ¿Cuatro?

—Pero ¿por qué ibais a firmar algo sobre Ocaso? ¿Qué tenéis contra él? —pregunté, al borde de las lágrimas.

—¡¡Ese chico lo está echando a perder todo!! —Por primera vez, Quásar perdió los estribos igual que había hecho con Whilem. Caminó por toda la sala, pegando patadas a los diferentes objetos que encontraba, enfurecido-. Sacó conclusiones muy rápido y desbarató el plan divino... ¡Si permanece aquí las cosas jamás saldrán como las queremos!

—No sé de qué hablas, pero es culpa vuestra —me crucé de brazos—. Ocaso solo sirve al rey, al igual que deberíais hacer tú y tu patética banda de alborotadores.

—Ah, ¿conque te pones agresiva? —el noble desenvainó la daga que ocultaba en el cinturón—. Deberías andarte con cautela.

Sopesé mis posibilidades. Estaba muerta de miedo y necesitaba escapar de allí ya.

—Olvidas que Whilem nos protege a la princesa y a mí —improvisé.

—Ese maldito ya se ha marchado del planeta, y menos mal que lo ha hecho. —Me apuntó con el arma—. Nos lo hemos quitado del medio, y más nos vale que no vuelva, aunque es imposible que lo haga en tres días.

Actué rápido. Di un golpe seco en el antebrazo de Quásar, que se distrajo, y la daga voló por los aires. Vi que sus ojos la seguían, así que lo empujé en esa dirección y me escabullí hacia la puerta.

Otro amanecer juntosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora