CAPÍTULO 35. LA PRINCESA Y EL BASTARDO

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Un escalofrío me recorrió entera, mientras miraba a la cara a mi enemigo. Quásar se relamió los labios, un gesto que me produzco desagrado, así que bajé la vista.

La sangre de mi herida resbalaba por mi brazo y goteaba, cayendo al suelo. Me dolía, pero en vez de pensar en eso, caí en lo difícil que sería limpiarla de la maqueta del suelo.

—Me gustaría dejar las cosas claras. —El Púlsar se aproximó a nosotros, ordenando con un gesto a los soldados para que se apartaran—. Primero os escapáis de mi control, después recibo noticias de que habéis llegado a este lugar... ¿Y ahora planeáis salir de aquí de rositas? ¡Por mi herencia que no!

Aguanté la respiración al verlo acercarse a mí, con el sable desenvainado y apuntando hacia mi cuello.

—Mi Estela, cuántas veces te lo he dicho... Las cosas podrían haber salido mucho mejor, pero no has escogido el camino fácil. Ahora, tú y tu familia sufriréis la peor de las muertes.

La simple idea de que mis padres pudieran sufrir más y fueran condenados por mi culpa me hizo hervir de la rabia. Quásar tenía razón; las cosas podrían haber sido más sencillas. Si me hubiera rendido desde el principio, mi familia no correría este peligro, pero nuestro enemigo habría estado un paso más cerca de convertirse en rey. Le habría fallado a Luna.

Y comprendí que al principio, aunque no hubiera sido capaz de luchar, me había mantenido firme. Creía que no avisar al ejército cuando recibí la carta y haber permanecido callada ante tantos abusos habían sido sino malas decisiones, pero ahora me daba cuenta de que tampoco se lo había puesto fácil a mis enemigos.

Y, si antes no era capaz de plantar cara, ahora sí que podía. Es más, estaba dispuesta a hacerlo.

Defendería a mis padres hasta el final o moriría en el intento.

Me agaché cuando Quásar, confiado, atestó un tajo con su sable para partirme el corazón. Agarré mi sable, que había tirado antes al suelo, aunque mi hombro sufrió un pequeño corte; sin embargo, fui capaz de parar el arma de mi rival cuando esta se balanceó de vuelta.

Seguía agachada, lo cual me daba desventaja, así que me incorporé, sufriendo un puñetazo en la mandíbula que me atestó el Púlsar con su brazo izquierdo. Retrocedí un poco, mientras mi visión se volvía borrosa por unos segundos y empezaba a sentir un sabor metálico en la boca.

Aquello sirvió para que todos a mi alrededor reaccionaran. Mis padres tomaron sus armas, Cénit alzó el mosquete y todos los soldados enemigos volvieron a apuntarnos con los sables.

—¡Estela! —gritó mi progenitor, intentando ayudarme con mi duelo.

Paré un par de sablazos como me había enseñado Whilem y conseguí que Quásar retrocediera después de un ataque arriesgado por mi parte. El Púlsar no era un rival muy fuerte una vez que logré evaluarlo: resultaba torpe con el sable si lo comparabas con el que había sido mi mentor.

—Déjame, esto es personal —pedí—. ¡Ocupaos de los demás!

Imagino que mis padres consiguieron resistir a la presión de los soldados (los cuales parecían poco dispuestos a dispararlos, curiosamente). Yo continué mi duelo con el noble de cabellos oscuros, logrando que caminara hacia atrás por el pasillo. Estaba utilizando una técnica muy ofensiva que lo empujaba poco a poco hacia las ventanas que daban al balcón.

—¡No puede ser! —exclamó al darse cuenta de su desventaja. Intentó lanzarme un tajo repentino que paré con relativa facilidad—. ¡Si solo eres una niñata que no ha cogido un sable en su vida!

—Admítelo, Quásar Púlsar —refuté—. Esta también es la primera vez que tú coges el sable en tu vida.

Sacudió la cabeza, confundido, e intentó resistirse, pero yo me adelanté y le propiné un pisotón en el pie que le hizo directamente tirar el sable y agarrárselo de dolor, saltando a la pata coja hasta que chocó contra las ventanas.

Otro amanecer juntosWhere stories live. Discover now