CAPÍTULO 12. ENAMORADA DE ÉL

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Aunque estuve el resto del sábado y el domingo dando vueltas por el pasillo de los nobles, atenta a todos sus cotilleos y habladurías, no pude obtener mucho. Traté de acceder a sus habitaciones, pero estaban vetadas incluso para mí.

Me acerqué al duque de Púlsar con la excusa de preguntarle por su recuperación, y me enteré de cuánto le dolía la cabeza y del picor raro que sentía por toda su columna vertebral, pero nada relacionado con mis padres ni con su odio hacia la familia real. De hecho, este casi parecía haberse extinguido: el noble iba camino de convertirse en un anciano que sabía que su mayor objetivo en la vida había sido frustrado, así que ahora trataba de buscar la felicidad en las cosas pequeñas, como leer el periódico y tomarse un tinto con sus amigos.

Puede que fuera por el golpe en la cabeza, pero estaba empezando a pensar que el duque de Púlsar era muy distinto a como los chismes de palacio lo pintaban.

Casi parecía que era amable, y todo.

Hablé con su señora, la duquesa, que me mareó parloteando sobre futuros proyectos que tenía para sus terrenos, además de la típica charla sobre moda y estilo en la que por supuesto criticó mi don de saltarme la regla noble que decía que había que taparse cada centímetro de la piel. Solo era una aristócrata rolliza enrollándose como las cortinas.

Bueno, también habló de cómo su niño Quásar quería casarse con la princesa, pero...

—Resulta que ella le ha dicho que no. ¿Tú te crees, un mozo tan guapo? ¿No? Pues no. Así que yo le he dicho: "tú tranquilo, que verás cómo recapacita en unos años". Y eso me ha recordado que...

—Vale, señora, muchas gracias.

En el fondo, los duques de Púlsar eran una de esas parejas de la alta nobleza que se habían casado muy jóvenes, pero no habían tenido un hijo hasta hacía nada (probablemente por la infertilidad). Tal vez eso provocaba que actuaran más como abuelos que como padres.

Y entonces escuché el rumor de que había sido Quásar quien había empujado al duque por las escaleras el día del baile. Y ahí ya todas mis suposiciones se fueron al cubo de basura, porque ¿cómo se come que alguien pueda hacer eso?

—Pareces una loca —me dijo Galaxia cuando me pilló cotilleando y dándole vueltas a todo.

La miré mal y se echó a reír.

—Deja de obsesionarte con todo eso y vente conmigo esta noche al casino. Algunos de los nobles de nuestra edad van a estar jugando y apostando, y puede que pillemos a alguien interesante...

—No me interesan tus jaleos amorosos.

—Bueno, pues a mí no me interesa tu cara.

Ahora fui yo la que me carcajeé, y decidí dejar de pensar acerca del complot y hacer un poco de caso a mis amigos. Estuve parte de la tarde hablando con Gala, y después me fui a la biblioteca para sacar algunos libros de poesía y me encontré con Cénit.

Aunque al principio se comportó de la manera formal que tanto la caracterizaba, enseguida conseguí que hablara conmigo de literatura. Paseamos por las estanterías, compartiendo opiniones sobre obras que habíamos leído, y pronto descubrí que la ayudante de bibliotecario tenía una gran pasión por el teatro.

Así que no fui al casino, y me tiré hasta altas horas de la noche debatiendo con mi nueva amiga cuál de los dramaturgos que conocíamos era el más talentoso, qué obra nos gustaba más y qué escenas marcaron un antes y un después en la historia del teatro. Aunque yo no conocía mucho sobre el género, aprendí muchísimo y descubrí que era muy fácil disfrutar de las obras bien escritas.

Hasta vimos desde mi tableta digital vídeos de las representaciones más famosas. Era como la ópera, pero sin una orquesta en el fondo. Y sin cantar, claro está.

Otro amanecer juntosWhere stories live. Discover now