CAPÍTULO 6. LUNÁTICOS

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Sentimos cómo se cerraba la puerta de la biblioteca, con un golpe no muy sonoro que se quedó retumbando en las paredes. Tragué saliva mientras mi amigo se movía por la sala, acercándose a una mesa de lectura.

—Puedes dejar los frascos aquí si quieres.

Vaya, se me había olvidado que aún los tenía en la mano.

—Gracias. En realidad, tendría que irme, pero...

—Vas a quedarte conmigo. —Arqueó la cabeza—, ¿no?

Asentí. Él también estaba nervioso. ¿Qué nos estaba pasando?

—Quería... preguntarte un par de cosas -comencé.

—¿Sobre qué hago aquí?

—Bueno, eso también. —Fruncí el ceño—. Siete carreras, y doctor en una de ellas. ¿Para qué querrías ser bibliotecario en el palacio de un planeta como este, lejos del centro del Universo, en el cual hay pobreza casi extrema y está lleno de nobles codiciosos y sin corazón?

—Porque es mi planeta natal —sonrió—. Además, es un trabajo estable, y está bien pagado. Aparte de que, aunque no lo creas, hay muchas cosas que se pueden hacer aquí.

Sacudí la cabeza.

—Ya sé que es un buen trabajo, pero los hay mejores, ¿no?

—¿Acaso me estás echando? —Ocaso se acercó a mí.

Retrocedí instintivamente. No podía sostener esos ojos. Agaché la cabeza, y sentí su respiración cuando se quedó a un palmo de mi cuerpo durante un tiempo que creí infinito.

—Es broma —se rio, y volvió a retroceder, al mismo tiempo que giraba su cabeza en dirección a uno de los ventanales. Había sido incómodo para ambos.

No sabía por qué, pero no quería que se alejara, aunque me hacía sentir muy extraña. Intenté ahuyentar ese tipo de pensamientos irracionales y caminé con él hacia los paneles de vidrio que mostraban el exterior.

—He viajado mucho. He estado investigando en Centrum, Atop y hasta en Bhuluk. He estudiado cosas flipantes, que te volarían la cabeza si te las contara. He visto de primera mano cómo funciona el mundo científico. —Posó una mano en el cristal—. He estado cruzando los sistemas de la mayor parte de las estrellas que puedes ver.

Entrecerré los ojos para observar mejor el cielo nocturno que se vislumbraba tras las montañas. Había demasiados astros. La luna gibosa menguante presidía la vista, cubriendo con su luz miles de ellos.

—He investigado mucho, he ayudado a gente poderosa a descubrir auténticas revoluciones. Pero, con cada trabajo nuevo que aceptaba o cada proyecto que quería cumplir —me miró—, se me cerraban las puertas de muchas otras cosas. Estudiar tantas cosas a la vez era muy complicado. Por cada sitio nuevo, tenía que cambiar de vivienda, de hábitos, de amistades... Los gastos eran mayores que los ingresos. He estado ganando experiencia y habilidad, sí, pero también he perdido algo.

Lo observé atentamente. Se estaba abriendo conmigo, me estaba contando cosas con las que tal vez no se sentía cómodo. Y yo era aún una desconocida para él, después de todo.

—¿Qué perdiste?

—La salud. —Volvió a mirar al exterior, mientras su perfil quedaba iluminado—. La salud mental.

He de decir que me esperaba otra cosa.

—Pero ¿eso cómo puede ser? Si estabas haciendo lo que te gusta...

—Llegué a volverme loco, Estela. A no dormir, ni soñar. A obsesionarme con mis estudios, con mis descubrimientos, a ponerme metas imposibles. Todo para querer impresionar... ¿a quién? ¿A mí mismo? En la vida hay un momento en que tienes que saber parar. Y entonces decidí hacerme un regalo.

Otro amanecer juntosWhere stories live. Discover now